domingo, 12 de agosto de 2018

DESDE LA VENTANA

Se despertó más pronto de lo que le hubiera gustado, inspeccionó los muebles viejos y el anticuado papel pintado de las paredes de la habitación del hotel. Intentando no hacer ruido, se levantó y se vistió. En el lavabo, notó un fuerte olor a tabaco.

- Maldita sea, Laura ha vuelto a fumar dentro de cuarto de baño otra vez - murmuró.

Desde la ventana de la habitación del destartalado establecimiento, observó, con sus cansados ojos verdes, el laberinto de calles que parecía extenderse hasta el horizonte. Un paisaje gris moteado por el azul chillón de los depósitos de agua de los tejados. Abajo, en la calle, la gente parecía ir y venir sin un propósito claro.

Se recogió en una coleta su larga melena rubia, era temprano, pero ya empezaba a hacer calor. El olor del aire anunciaba la cercanía del mar.

Su amiga todavía dormía hecha un ovillo en la cama. La noche anterior, llegaron  tarde y el largo trayecto fue duro, un montón de horas de vuelo y apenas pudieron dormir.

Por fin, se había decidido a hacer este viaje y arrastró a su amiga en la aventura. Recordó la reacción de su madre cuando le anunció su propósito.

- No sé qué esperas encontrar allí - le dijo fríamente.

Hacía años que su padre había muerto y para su madre aquellos años fueron dolorosos y se cobraron un alto precio.

Observando la ciudad, reflexionó sobre lo diferente que hubiera podido ser su vida. Así juega con las personas el destino o el azar. Tenía el pasaporte en su mano y leyó,  nacionalidad: española.

- Buenos días – le dijo  Laura que acababa de despertarse.
- Hola – respondió ella.
- ¿Qué te pasa? - le preguntó su amiga viendo su cara de tristeza.
- Nada – respondió ella secamente.

Laura estaba sorprendida, la alegría y la emoción de la noche anterior, al aterrizar en el aeropuerto y cruzar en taxi las calles de aquella ciudad,  había dado paso a una extraña melancolía.

Ella seguía delante de la ventana mirando toda aquella decadencia urbana, parecía el día después de una guerra.

Sus padres no habían querido  hablar demasiado sobre su época de juventud, pero ella tenía un montón de preguntas.¿ Qué les empujó a abandonar una vida confortable en su patria y  viajar hasta aquel país? ¿Qué sintieron cuando sus sueños se truncaron y ni siquiera pudieron regresar a su  tierra natal? ¿ Cómo rehicieron sus vidas en España lejos de los que querían?

¿A esto había quedado reducido aquel sueño? - pensaba, mientra seguía escudriñando las calles que rodeaban el viejo hotel, aquí y allá,  habían solares abandonados donde crecía una maleza de un verde exuberante, la mayoría de los edificios presentaban un estado casi ruinoso, producto de decenas de años de abandono.  El fantasma  de una ciudad que debió ser muy hermosa en sus años de esplendor.

- Valeria, vamos a desayunar – le dijo su amiga.
- Un momento – respondió ella.

¿Española? ¿argentina?, a veces sentía que no pertenecía a ningún sitio. Volvió a mirar su pasaporte, lugar de nacimiento, La Habana.

miércoles, 25 de julio de 2018

EL TIEMPO DE LA FELICIDAD




La calma de la tarde se vió interrumpida por un estruendo que hizo temblar todo el barrio. La brutal explosión rompió innumerables cristales y la onda expansiva abolló las persianas metálicas de algunos establecimientos. La gente corría desconcertada sin saber muy bien que estaba pasando.

- ¡Una bomba! – gritó un vecino.

- ¡El gas, el gas...! - chilló otro.


* * *


¿ Conocéis la historia de la magdalena de Proust? Para este escritor una magdalena mojada en té le recordaba su infancia en la casa de su tía. Es lo que se conoce como recuerdo proustiano o recuerdo involuntario. Gracias a este fenómeno, la mera exposición a un estímulo desencadena automáticamente un recuerdo intenso del pasado.  

Os puede parecer frívolo o divertido, pero para mi, mi magdalena de Proust son los bocadillos de atún. Un solo mordisco y me transporto a los veranos de mi infancia. Mi madre solía preparar ese tipo de bocadillos cuando pasábamos el día en la playa de la Barceloneta.

Eran días de alegría, de luz y color, el tiempo de la felicidad. Nada malo podía pasar en aquellos días de estío.  Empleábamos las largas jornada junto al mar buscando piedrecitas cristalinas de colores que atesorábamos como pequeñas joyas, chapoteando en el agua o construyendo efímeros castillos de arena.

Entonces, buena parte del litoral estaba en manos privadas y amplias zonas del arenal pertenecían a clubes de natación como el Barceloneta, el Atlétic o el Barcelona o a los baños . Solo se podía acceder  libremente a algunas zonas como la llamada Playa Libre, una estrecha franja de arenal, a la altura de la calle Andrea Doria, o la del Gato Negro, en la zona de los merenderos. Aquellos restaurantes a pie de playa daban un aspecto pintoresco al barrio. Años después, con los delirios de grandeza olímpicos, todo quedó destruido por la ampliación del paseo Marítimo hacia el rompeolas. El barrio perdió un trocito de su alma.

Las vallas no eran un obstáculo para nosotros, pues uno de nuestros pasatiempos favoritos era colarnos en las piscinas de los baños que jalonaban la ribera del barrio. Empezábamos por las aguas azules de los Orientales, pasábamos por los de San Miguel y acabábamos en la profunda piscina del antiguo balneario de Sebastián, donde se podía saltar desde un alto trampolín. Cruzar a ésta última zona era toda una aventura, porque allí la separación era un sólido muro con una gran mural publicitario de Campari. Nunca nos pillaron o puede ser que simplemente hacían la vista gorda, porque solo éramos solo una pandilla de chiquillos.

Más tarde, la nueva ley de costa democratizó  y todas aquellas barreras que dividían el arenal fueron eliminadas y se pudo pasear libremente por la orilla desde el Somorostro hasta la playa de San Sebastián. También empezaron a construir espigones para proteger el litoral de los temporales de levante,que de tanto en tanto, arrasaban la playa devorando la arena. El cuidado y la limpieza mejoró, incluso en invierno. La playa dejó de ser un vertedero de basura fuera de la temporada estival.

Nosotros también, al igual que la playa, fuimos cambiando y entramos en la adolescencia. Seguimos pasando la mayor parte del verano en la playa. ¿Qué otra cosa se podía hacer en aquel barrio? Nos gustaba ir a nadar junto a uno de los espigones, cerca del rompeolas y del Club Natación Barcelona, donde hoy se alza el imponente Hotel Vela. Entonces, era una zona tranquila, allí el agua estaba limpia, cristalina e incluso podía ver a los escurridizos pececillos. A veces simplemente nos sentábamos sobre las rocas, la verdad que las vistas eran espectaculares, toda la playa de la Barceloneta, el Poblenou con sus decenas de chimeneas industriales y los días despejados, incluso,  se podía ver la costa del Maresme. Allí pasábamos el rato charlando y riendo.

- ¿Qué vas hacer este año? -  pregunté a José.

- No sé, mi familia está muy enfadada desde que se enteró de que no iba a clase y me escapaba al taller de interpretación.- respondió él.

- La verdad que eso de la automoción no te pega nada. - comenté.

- Ya, yo lo que quiero es dedicarme al teatro, pero ellos quieren, que ya que no me tomo en serio los estudios, me ponga a trabajar – explicó tristemente José.

Nos quedamos en silencio con la mirada perdida. Y de pronto, sucedió, y lo vimos desde el espigón. Algo estalló en la empresa de gas¹ que había en la otra punta del paseo Marítimo, y una descomunal bola de fuego y humo se alzó hacia el cielo. Nos quedamos blancos y paralizados, no nos podíamos creer lo que estábamos viendo. Creímos que el barrio había sido destruido por la explosión. Luego, reaccionamos y corrimos hasta nuestras casas. Por fortuna, no se vieron afectadas, aquello fue en realidad menos de lo que parecía de lejos, pero el Hospital del Mar resultó gravemente dañado, el accidente había afectado a varios pabellones y a la escuela de enfermería colindantes con los gasómetros,  y muchos otros edificios cercanos también sufrieron desperfectos. Después, empezó una operación de evacuación del hospital que inquietó todavía más a los vecinos. Como no tenían suficientes ambulancias necesitaron la ayuda de los taxistas.

Hubo tres muertos, dos trabajadores de la empresa de gas y una anciana que estaba ingresada en el hospital. Otro trabajador resultó gravemente herido. Por suerte, el accidente no se produjo en el depósito de gas principal, porque entonces hubiera sido una gran tragedia para el barrio. Aquello abrió una viva polémica sobre el emplazamiento de la empresa en una zona tan poblada. Días más tarde se organizó una manifestación de protesta, a la que se sumaron personal sanitario del hospital. Años después la empresa del gas quedó desmantelada. Hoy en día, el espacio se ha convertido en un parque, todavía se conservan las estructuras de los gasómetros y la torre del agua, una bonita construcción modernista.

Hay, un momento que dejamos la infancia atrás, para mí fue aquel día, que me obligó a reflexionar sobre la fragilidad de la vida. Atrás quedó, el tiempo de la felicidad, y aquella estúpida sensación de que nada malo puede ocurrir en verano y comprendí la crudeza de la realidad.

Nota:

1. El accidente en la empresa de gas se produjo el  2 de julio de 1981 a las 18.15 horas.





jueves, 19 de julio de 2018

FLORES DE PAPEL

La flores  estaban abandonadas en el suelo, aquellas manualidades de papel de seda habían quedado destrozadas y pisoteadas por la gente que huyó por las callejuelas rectilineas del viejo barrio. Todo el trabajo primoroso que alguien había invertido en confeccionar aquellas flores multicolores había sido destruido en pocos segundos. A lo lejos se oía los gritos y el estruendo de la carga policial.

*   *   *

Ricardo, desde la cama, oyó que su hijo Marc otra vez volvía a casa a las tantas de la madruga. No sabía que hacer con aquel muchacho de 17 años que tenía la cabeza llena de pájaros. << Estos chicos de hoy en día  lo han tenido todo muy fácil y se piensan que en la vida lo regalan todo . Debería centrarse más en sus estudios, es un año importante porque comienza segundo de bachillerato y debería preparar el acceso a la universidad, y en lugar de eso iba de fiesta en fiesta>>  Pero aquella noche no tenía ganas de discutir con aquel cabeza hueca. Así que intentó volver a conciliar el sueño.

Era sábado y Marc  se despertó un poco tarde, después de desayunar,  comenzó a darle vueltas a la cabeza pensando que tema podía elegir para su trabajo de investigación de bachillerato. Oyó la puerta de la entrada, su padre volvía a casa. <<¡ Oh no, Otra vez me dará la tabarra con que paso a vida de fiesta y el rollo de que no me esfuerzo con los estudios!>>

*   *   *
Después de merendar, Riqui y su hermano Fernando bajaron las escaleras corriendo y se dirigieron hacia la Repla que era el nombre con el que los vecinos del barrio conocían la plaza Poeta Boscán. Como de costumbre había una multitud de chiquillos de diversas edades dando rienda suelta a sus ansias lúdicas. Aquellos días el juego de moda eran las canicas, y los niños jugaban al gua. Así funcionaba el barrio, por temporadas jugaban a las canicas, a los cromos o a las peonzas.

Su hermano era un ganador nato, simpre volvía a casa con un montón de cromos, canicas  o lo que fuera, claro que también era un mentiroso y un tramposo y siempre se estaba metiendo en problemas. Muchas veces volvía a casa magullado por alguna pelear o descalabrado por alguna pedrada. Así que ir por el barrio con su hermano mayor era un deporte de alto riesgo y más de una vez había tenido que huir corriendo por culpa de los enredos de Fernando. No llevaban ni una hora en la plaza, cuando vió que su hermano corría huyendo  de una multitud de niños que le lanzaban piedras. <<Ya la ha vuelto a liar>>  Riqui sabía por puro instinto de supervivencia que debía escapar también si no quería pagar los platos rotos de su hermano.

*   *   *

Una calma tensa reinaba en el comedor durante la comida, Ricardo acababa de tener otra bronca con su hijo. Solo se oía a la locutora del telediario comentando las noticias.  De pronto, unas imágenes del televisor captaron su atención. Era un reportaje sobre una manifestación de vecinos de la Barceloneta que protestaban contra los pisos turísticos. La publicación en la prensa de una foto de un turista totalmente desnudo comprando en una tienda había sido el detonante de la protesta por  todo el malestar acumulado en el barrio contra el turismo basura.

Hacía muchos años que ya no vivía en aquel barrio, pero le tenía un cariño especial, aquellas estrechas calles habían sido el escenario de su infancia y primeros años de juventud. Su antiguo barrio había cambiado mucho y se había convertido simplemente en otra parte de la ciudad que había perdido su alma.

Él también había cambiado mucho, las cosas les habían ido bien en la vida, pero en alguna parte de su interior continuaba siendo aquel chico de barrio.

— Mira —  dijo Ricardo señalando el televisor —  aquí tienes un tema para tu trabajo de investigación.

—  ¿La mani contra los pisos turísticos? — respondió Marc poco convencido.

 — No,  la Barceloneta. Pues no sé si lo sabes, pero en el barrio de los abuelos a finales del franquismo se organizó uno de los primeros movimientos vecinales de Barcelona. Seria  un buen tema para tu investigación.

Marc, se quedó pensativo un buen rato, <<pues igual su padre tenía razón, aquel podría ser un tema para su trabajo de investigación>>

*   *   *

Aquel día en el colegio tuvieron una clase especial. Riqui y sus compañeros estaban sentados en la biblioteca, una profesora  de la universidad vendría a darles una charla sobre el barrio.

—  El barrio de la Barceloneta fue fundado el año 1753... —  empezó a explicar la profesora.

Riqui y otros pocos alumnos no perdian  detalle de todo aquel relato, a Riqui simpre le había gustado la historia. Otros compañeros, en cambio,  ponían cara de aburridos o cuchilleaban.  La conferenciante acabó relatando los problemas que amenazaban actualmente al barrio y les habló del Plan Comarcal y del Plan de la Ribera.¹ Aquel proyecto significaba la expulsión de los humildes habitantes del barrio  y la construción de una zona residencial de lujo.

Al acabar la clase, el maestro les informó que aquel sábado se iba a celebrar una fiesta popular en defensa del barrio. El evento se celebraría en una esplanada situada entre las calles de la Conrería, Adrea Doria (conocida popularmente en el barrio como calle Alegría)  y el paseo Marítimo.  Aquella noticia si que logró captar el interés de todos los niños porque cualquier cosa que rompiera la aburrida monotonía de  la barriada era bien recibida.

 — ¿Irás a la fiesta? —  preguntaron sus amigos
—  ¡Claro! —  respondió rápidamente Riqui.

*   *   *

Marc volvía andando a casa desde el instituto, estaba contento, en la entrevista con el tutor del trabajo de investigació había conseguido el visto bueno del profesor para realizar su investigación sobre el tema del movimiento vecinal en la Barceloneta a finales del franquismo y le había dado unos cuantos consejos para iniciar su investigación. Iba pensando que cuando llegara a casa si lo contaría a su padre, seguro que se ponía contento y al menos por un día, tal vez, no discutirían.

— Papá, papá, el tutor me ha aceptado el tema de la Barceloneta para el trabajo de investigación — dijo Marc entrando en el piso.

Ricardo sonrió satisfecho, al fin había conseguido que su hijo se centrara con aquel trabajo, después de cambiar mil veces de tema.

— Bueno, ahora tienes una buena excusa para ir a comer más amenudo a casa de tu abuela — comentó su madre que aunque estaba en la cocina también había oído la buena noticia.

*   *   *

Al acabar las clases del viernes los niños salieron en tropel del colegio. Riqui y sus amigos bajaban corriendo, con sus mochilas a la espalda, la majestuosa escalinata de la  entrada que daba a la plaza Poeta Boscán. Iban jugando a la peste,  y el “apestado” iba corriendo detrás de sus compañeros y si lograba tocar a uno de ellos le pasaba la “peste” y éste era el que debía perseguir ahora a los demás. A Riqui no era fácil alcanzarlo porque había desarrollado una gran agilidad corriendo gracias a los follones en los que le metía su hermano mayor. Algunos huyeron por las calles Atlántida y Almirante Churruca, otros por las calles Baluarte y  Escuder, Riqui y algunos compañeros corrieron por la calle San Carlos. Después, conforme cada uno iba llegando a la calle donde vivía, se iban despidiendo y cada uno se dirigía a su casa,

Nos vemos mañana en la fiesta — le gritó Jordi  al despedirse.
Vale, nos vemos mañana  — contestó Riqui.

*   *   *

Marc fue a buscar a Sonia. La familia de su novia lo estaba pasando bastante mal. La crisis había dejado sin trabajo a sus padres y llevaban mucho tiempo en paro. Ya habían recibido un anuncio de desahucio.

La situación había pasado factura a Sonia, y últimamente aquella chica alegre y divertida había dado paso a otra triste y malhumorada. La relación con ella se había vuelto difícil, pero él la quería y estaría a su lado pasase lo que pasase.

Hola – saludó Sonia.

Él no respondió, simplemente le dio un beso.

*   *   *

Ricardo se sorprendió gratamente del interés que puso su hijo en el trabajo de investigación. Marc, rápidamente se puso a buscar bibliografía sobre los movimientos vecinales y a concertar entrevistas con personas que vivieron los acontecimientos. Los que más disfrutaron fueron sus abuelos de la Barceloneta encantados de hablar de los viejos tiempos y ser escuchados antentamente por su nieto.

Marc también escuchó entre sorprendido y divertido los recuerdos de infancia de su padre en el barrio. Aquello fue terapéutico, ya no discutían tanto.

*   *   *

Llegó el sábado, el dia amaneció nublado, por suerte no llovió. Riqui y sus amigos se dirigieron a la fiesta. También se apuntó su hermana y sus amigas.

Llegaron a la explanada donde se celebraba el evento. En aquel espacio había existido brevemente una pista de tenis y todavia el suelo conservaba el característico color rojo de la tierra batida. Les recibió la música que salía de una furgoneta y una gran pintada en la pared donde se podía leer: NASTIC DE PLASTIC HIZÓ AQUÍ UNA SARDINADA POPULAR,  aquel mensaje duró años en la fachada del edificio del viejo taller. Y efectivamente, a un lado se estaban preparando, entre una gran humareda, las sardinas sobre las brasas.

Todo estaba organizado por un grupo de jóvenes barbudos y chica vestidas a lo hippy. Riqui no los conocía, no les sonaban del barrio.

 Al otro lado, se desarrollaban activitades para los niños. La zona infantil les llamó la atenció y se sumaron a la chiquillería que pintaba y participaba en las manualidades. Ellos se entregaron con entusiamo, acabaron con la cara pintarrajeada y confeccionando grandes floripondios multicolores de papel de seda. También cantaron y bailaron. Había sido una gran idea sumarse a la celebración.

Marc salió muy contento de la nueva entrevista con el tutor del trabajo de investigación, le había felicitado por el gran esfuerzo que estaba haciendo y solo le comentó algunos aspectos formales. Sonia le esperaba a la entrada del instituto, hoy si que tendrían tiempo de dar un buen paseo. Bajaron por la rambla de Poblenou, bordearon la playa y siguieron hasta el paseo marítimo de la Barceloneta. Estaba atestado de turistas, ahora se les veía en cualquier  época del año.

Allí vivía mi padre y todavía viven mis abuelos – explicó Marc señalando un edifició primorosamente restaurado.
A ver si los conozco un día – dijo ella tímidamente.
Todo esto era muy diferente antes, ahora se ha convertido en “Guirilandia”- añadió él.

*   *   *
Avanzaba la mañana de aquel sábado gris y lo que empezó como una fiesta popular mutaba en una protesta ciudadana. Una de la chicas de la organización, vestida con un pantalón de peto y un megáfono en mano comenzó  a dirigirse al público asistente gritando no al Plan Comarcal, no al Plan Comarcal. Pronto se comenzó escuchar otras consignas reivindicatives:  El pueblo unido jamás será vencido, y también Viola² dimite el pueblo no te admite.

Riqui, su hermana y sus amigos se sumaron divertidos a la protesta, sin saber en realidad que es lo que estaba pasando. Iban todavía con la cara pintarrajeada y con las grandes flores de papel, dando palmas y coreando no al Plan Comarcal  o Som gent pacífica i no ens agrada cridar ³  junto a los manifestantes. La protesta fue recorriendo pacíficamente las estrechas calles del barrio, los vecinos se asomaban a los balcones para ver lo que estaba pasando. Todo se complicó al llegar al paseo Nacional (hoy paseo Juan de Borbón). La policía antidistubios, ya estaba a las puertas de la Barceloneta. Una voz por megafonía  ordenaba que la manifestación debía disolverse. Los organizadores intentaron negociar con los agentes porque había allí muchos niños, la chica del peto azul recibió una bofetada como única respuesta. La gente empezaba a inquietarse y el grueso de los manifestante volvió a adentrarse en el barrio huyendo de las primeras cargas policials contra la cabecera de la manifestación.

*   *   *

La noticia del inminente desahucio de la familia de Sonia le cayó encima como un jarro de agua fría. Marc, le parecía inhumano echar a la gente de su hogar. Sentía rabia e impotencia, y no sabía que hacer para ayudarla. Por la noticias sabía que no era el único caso, aquella tragedia se repetía en miles de lugares por todo el país. Así que se puso manos a la obra, lo había visto por televisión en otros casos similares, había que organizarse para auxiliar  a aquella gente que estaba a punto de perder su casa. Contactó con compañeros del instituto, con su familia y los vecinos.

El día señalado para el desahucio una barrera humana impedía el pasó de las autoridades. El cielo estaba gris  y podía empezar a llover en cualquier momento.Los manifestantes estaban sentados en suelo con los brazos entrelazados para dificultar su desalojo. Algunos curiosos se acercaban a ver que pasaba. La policía se preparaba para disolver  contra la protesta.

Quién se lo iba a decir a él, a sus años, que otra vez se vería enfrentado a  las fuerzas del orden – pensó- y su menté vagó a través del tiempo a los recuerdo de su infancia.

Recordó a la gente huyendo de la policía, y cómo él, su hermana y sus amigos aterrorizados se vieron atrapados en la calle Maquinista, pegados a la pared. Se habían desecho de las flores del papel, temerosos que les identificaran como participantes en la manifestación. El miedo, les hizó olvidar sus caras pintadas con símbolos de la paz. Un despliegue policial impresionante, desfiló ante ellos. Allí permanecieron paralizados, por suerte no les pasó nada, nadie daba importancia a aquel grupo de criajos.

¿ Qué quedó de aquellas movilizaciones vecinales? El sabor era agridulce, hubo conquistas parciales, como los terrenos de la maquinista, donde se construyeron una escuela, institutos de bachillerato y formación profesional, y también viviendas sociales. Pero, no dejaba de pensar que de alguna forma al final se han salido con la suya, vista la evolución de todo el frente marítimo de Barcelona a partir de la organización de las olimpiadas.

Los gritos le devolvieron a la actualidad, había empezado la carga, y la policía avanzaba dando porrazos. Sintió con orgullo a su hijo juntó a él y se dispuso a resistir.

Notas:

1. Plan de la Ribera: Entre 1964 y 1972 se desarrolló el Plan de la Ribera, encaminado a la urbanización del frente marítimo oriental de la ciudad, desde la Barceloneta hasta el Besós, un área de 225 ha. Elaborado por Antoni Bonet i Castellana, se basaba en la desindustrialización de la zona, y planteaba la creación de una megaestructura de siete grandes manzanas de 500 x 500 m de viviendas de lujo. El proyecto tuvo un largo proceso administrativo, y hasta 1970 no se incluyó en el Plan Comarcal. Sin embargo, en 1972 el Departamento de Urbanismo del Ayuntamiento pidió una nueva redacción del proyecto, debido a la oposición vecinal y de colegios profesionales, quienes denunciaban los intentos de especulación de las empresas que financiaban el proyecto, con lo que quedó definitivamente paralizado. Sin embargo, con el tiempo el plan fue reconocido como un intento renovador del urbanismo barcelonés, en consonancia con corrientes internacionales como el urban renewal o el renovation urbaine, y quedó en el imaginario colectivo la renovación de la costa, que por fin se llevó a cabo con motivo de los Juegos Olímpicos.

2. Joaquín Viola Sauret (Cebreros, 1913 – Barcelona, 1978) fue un político español que desempeñó el cargo de alcalde de Barcelona entre el 18 de septiembre de 1975 y el 6 de diciembre de 1976.
 Su mandato al frente del ayuntamiento de Barcelona fue breve y convulso, caracterizado por la oposición de las asociaciones vecinales.  Fue brutalmente asesinado el 26 de enero de 1978 junto a su mujer. El atentado se atribuyó al grupo terrorista catalán Exèrcit Popular Català (EPOCA), si bien nunca se pudo demostrar la autoría de esta banda terrorista.

3. Somos gente pacífica i no nos gusta chillar.

Agradecimientos:

A Juan V. A. y  Javier M. M. por ayudarme a recordar algunos detalles de aquella manifestación contra el Plan Comarcal.


sábado, 14 de julio de 2018

Ante el espejo

El cuarto estaba vacío, entró y se paró ante el espejo de una de las puertas de viejo armario. 

- ¿Todos tenemos un doble en algún lugar del mundo? - pensó el viejo profesor.

Después, se acabó de vestir y se dirigió al trabajo. El trayecto en coche hasta el instituto era el mejor momento del día, la carretera corría paralela a la costa y le relajaba mucho ver el mar a primera hora de la mañana. Durante el invierno, los amaneceres eran espectaculares.

Se enfrentaba con una sensación agridulce a sus últimos meses como docente. En el instituto, la primavera comenzaba a hacer efecto entre los alegres alumnos. Él  los sorteaba por los pasillos refunfuñando y ellos lo esquivaban temerosos. Tampoco era muy popular entre los demás  profesores ni entre el Equipo Directivo, que contaban los días que faltaban para su jubilación. Tenía una carácter difícil y le costaba, decían,  adaptarse a los cambios pedagógicos.

Camino de su clase de matemáticas se cruzó con Jordi, no pudo evitar fruncir el ceño al encontrarse con su mirada. Le irritaba el descaro del chico, siempre con sus líos del sindicato de estudiantes que no hacían más que hacer  perder clase a sus compañeros en un año tan crucial como segundo de bachillerato.

Jordi, miró de reojo a Albert mientras pasaba a su lado camino también de la clase de matemáticas.

- A ver si este amargado se jubila de una vez – sentenció el joven estudiante.

Había recibido una nueva convocatoria de huelga de estudiantes y tenía que informar a los compañeros.

- Ya verás que mosqueo pilla – pensó Jordi mientras entraba en el aula dispuesto a poner al día al resto de la clase sobre la nueva movilización.

Poco después entró el profesor, y por el revuelo, rápidamente dedujo lo que estaba pasando. 

- Jordi y sus líos, otra huelga más - pensó el docente, sufriendo por que no iba acabar el programa del curso.

Fingiendo indiferencia, se dispuso a comenzar su clase. Rápidamente los alumnos se sentaron en silencio. Notó la fría mirada hostil de Jordi. En la pizarra, grandes letras anunciaban: jueves 28 de mayo, huelga. Borró enérgicamente lo escrito y comenzó su clase.

Llegó el jueves, la huelga de estudiantes era un éxito, los alumnos habían secundado masivamente  la movilización, en el instituto sólo quedaban algunos alumnos de 1r y 2n de ESO (que no pueden hacer huelga). En el instituto reinaba una extraña tranquilidad. El viejo profesor siguió su rutina y se dirigió a su clases. Cuando llegó al aula de bachillerato, también estaba vacía. Se sentó y observó las mesas con las sillas encima todavía.

Al móvil le llegó la noticia: disturbios en el centro de Barcelona. Y de pronto su mente voló muchos años atrás, cuando también era un joven estudiante soñador intentando cambiar el mundo. Cuando, vio a  Jordi, otro ingenuo idealista,  por primera vez, lo que más le inquietó fue el extraño parecido que guardaba con él. Era su viva imagen a los 17 años. Le invadió una profunda tristeza.

- Sí, todos tenemos un doble, en otro lugar o en otro tiempo – reflexionó el viejo profesor,.

Y su mirada perdida volvió a vagar por los pupitres vacíos

martes, 3 de enero de 2017

Noche de Paz

Mi familia era el colmo de la contradicción, mis padres, a pesar de ser unos rojunos consumados, se entregaban con esmero a la celebración de la Navidad. En cuanto las calles de la ciudad se engalanaban de luces para recibir las fiestas, nosotros desempolvábamos los viejos adornos navideños y la casa se llenaba de brillantes espumillones y bolas multicolores.

El montaje del Belén siempre tenía un ritual previo: guardar el papel de plata de las tabletas de chocolate para dar vida al río y una visita al feria de Santa Lucía, un mercadillo navideño, a los pies de la catedral. Cada año comprábamos alguna figurilla nueva que incorporábamos al pesebre. Así nuestro Belén era una batiburrillo de elementos de diversas procedencias, medidas y materiales. Las joyas del pesebre eran la piezas más antiguas, las de terracota con un esmerado acabado. En el polo opuesto estaban las más recientes, de plástico, que si las miraban demasiado de cerca eran grotescas.

Mis hermanos y yo estábamos dispuestos a vivir simplemente una Navidad más, pues no éramos conscientes de los cambios que se estaban produciendo en el país.

Aquel año, mi padre trajo a casa a un compañero de la fábrica, un joven barbudo y greñudo, que iba a pasar unos día con nosotros (años más tarde supe que era un militante de Bandera Roja). Aquel año tuvimos que aguantar a aquel plasta mientras montábamos el pesebre y nos decía cosas como “la religión es el opio del pueblo” mientras acabábamos de poner al niño Jesús en su sitio o “el oro es el signo máximo de lo superfluo” mientras colocábamos un dorado espumillón. Así, entre cita y cita de Marx, una vez más conseguimos montar nuestro Belén y contemplamos orgullosos nuestra obra, mientras el melenudo nos miraba con desdén.

Y llegó Nochebuena, mi madre, como siempre, se esmeró con la cena y comimos más de lo que podíamos digerir, después, como era costumbre, fuimos a la misa del Gallo. Obviamente el barbudo nos acompañó de mala gana. Salimos de la iglesia de San Miguel, por las calles pavimentadas con adoquines del viejo barrio la gente iba tocando la pandereta y cantando villancicos. De pronto, mi padre saludó a don Andrés, un viejo conocido de la familia. Iba a acompañado de un corpulento y siniestro personaje.

- Míralo, en lugar de estar con su familia anda por ahí zanganeando – susurró mi madre.

Don Andrés no era santo de devoción para mi madre, siempre metido en mil proyectos que inexorablemente acaban siempre mal y además para acabarlo de rematar estaban sus tendencias políticas: era un requeté. Pero era amigo de juventud de mi padre y había que hacer de tripas corazón.

- Venid a casa a tomar algo – invitó mi padre.

Así que volvimos a casa con aquellos dos nuevos invitados, por el camino, el hombretón que acompañaba a don Andrés miraba de reojo al melenudo. Entramos en casa y el oscuro personaje habló por primera vez al ver el Belén.

- Da gusto entrar en una casa de buenos cristianos – dijo.

Mi madre, carraspeó, lanzó un mirada de reproche a mi padre, se quitó el abrigo y ofreció algo de beber. Mi padre inquieto miró al joven barbudo como implorando que no abriera la boca y soltase una de sus citas revolucionarias.

Sentados alrededor de la mesa en el pequeño comedor, los pequeños comíamos turrones y polvorones y los vasos de los mayores se vaciaban con inquietante facilidad. Mi madre observaba preocupada la situación y temía que con unas copas de más todo iría de mal a peor.

Y llegó el momento temido, y empezaron a hablar de política. Bueno, más que una conversación fue un monólogo protagonizado por aquel señor corpulento que se volvía más locuaz a cada copa que bebía.

Mi madre comentó que estaba cansada, era una educada invitación a acabar con aquel jolgorio. Mi padre sacó una botella de cava para hacer un último brindis, y cómo de costumbre construyó una de sus absurdas pirámides de copas donde el cava caía graciosamente desde la cima hasta la base.

- ¡Tanta manifestación, tanta manifestación...este país se está yendo a la mierda! - chilló el señor corpulento que estaba cada vez más excitado.

Mientras el barbudo tenía los ojos inyectados en sangre por la indignación.

- Los tiempos cambian – se atrevió a decir tímidamente.

- Suerte que estamos nosotros para mantener el orden – respondió enérgicamente mientras sacaba una pistola de un bolsillo y fanfarroneaba de sus hazañas.

Mi madre estaba lívida, mi padre se había quedado petrificado con la botella de cava en sus manos y el melenudo temblaba. Mis hermanos y yo mirábamos atónitos a aquel hombre con una pistola en la mano. Por un momento el tiempo pareció detenerse, desde la calle llegaba la melodía de un villancico: Noche de paz, noche de amor... De pronto, sonó un disparo y el tiro fue a dar a la lampara de araña que se desplomó sobre la mesa aplastado la torre de copas con un gran estruendo. Una lluvia de cava y cristales cayó sobre nosotros, pero resultamos milagrosamente ilesos. Un silencio sepulcral reinó después del accidente. 
- ¿Alguien quiere café ?– dijo por fin mi madre con voz entrecortada.

¿Alguien quiere café? ¿Se puede hacer un comentario más absurdo ante semejante situación? mi madre nerviosa intentó sacar hierro al momento de tensión con aquel loco con una pistola humeante en la mano.

- Discúlpeme señora, ha sido una accidente. Ya me dirá lo que vale la reparación – dijo aquel descerebrado mientras se levantaba y con paso vacilante se marchaba hacia la calle junto a don Andrés.


Mi madre cerró rápidamente la puerta, respiró aliviada y se echó a llorar. El misterioso personaje nunca volvió para pagar la lámpara destrozada, ni falta que hacía. Aquella noche la vida me dio una gran lección: nunca hables de política en Navidad.

sábado, 22 de octubre de 2016

EL SONIDO DEL MIEDO

Un sepulcral silencio reinaba aquella noche en el cuartel, súbitamente el estruendo de un disparo rompió siniestramente la calma.

- Ha sonado en el cuarto del cabo primera – gritó uno de los muchachos medio desnudos que corrían alarmados por el pasillo.

Los soldados que estaban de imaginaria fueron los primeros en entrar en la habitación, se encontraron con un espectáculo dantesco que no olvidarían nunca. El cabo primero se había suicidado de un tiro en la boca, había sangre y sesos por todas partes.

* * *

La tardes de verano en Granada era sumamente calurosas y nadie se atrevía a salir a la calle si no era a partir de cierta hora, cuando empezaba a refrescar. Los soldados que no tenían permiso se habían quedado en el cuartel y mataban las horas en la terraza de la cantina.

Dani, aquel día estaba contento, ya sólo le quedaban 3 meses para acabar su servicio militar y volver a casa. Se dirigió a la terraza de la cantina donde entre el alboroto de un montón de muchachos, uniformados de verde, que bebían cerveza sin parar, pudo distinguir a sus amigos.

Dani, se acercó a la ventana de la cantina desde la cual se atendía como si fuera una barra de bar, pidió una cerveza y se sentó junto a sus amigos. Se repetían las mismas conversaciones de siempre y cada uno hablaba con entusiasmo de su tierra. Después de que Ramón hablara por enésima vez de su amada Isla Cristina, Jordi, el catalán, cambió de tema y empezó a contar anécdotas de sus experiencias con el espiritismo. Pareja, el sevillano, lo escuchaba atentamente.

- Sabéis lo que me contaron el otro día, pues que hace muchos años un cabo primero se suicidó en la compañía de Intendencia. Se pegó un tiro en la boca con su pistola. Dicen algunos, que su fantasma todavía anda por aquí – relató Pareja.

- ¡ Ostias, no jodas! - dijo Jordi.
-¡ Qué mal rollo! - comentó Eloy con cara de asustado.
- Sabéis lo que molaría, hacer una sesión de espiritismo en nuestra compañía para ver si podemos contactar con él.
- No jodas tío - soltó Eloy, el asturiano, con la cara descompuesta.
- Podríamos probar estar noche – propuso Pareja.

Llegó la noche, la luna llena brillaba con todo su esplendor sobre el cielo de la ciudad, los viejos edificios del cuartel centenario bajo aquella luz tenían un aspecto siniestro.

A la hora acostumbrada se apagaron las luces. Dani, estaba intentando coger el sueño cuando notó que alguien le tocaba.

- Dani, Dani, vente vamos a iniciar la sesión de espiritismo– le anunció Jordi.

A Dani no le entusiasmaba la idea del espiritismo y menos con el fantasma de un cabo primero suicidado de por medio. Pero tampoco quería quedar como un cobarde, así que accedió a reunirse con el grupo.

Ya estaban todos allí, reunidos en un rincón del amplio dormitorio, con una vela y un cartón con el que habían preparado una tabla guija. Tonio, el onubense, extremadamente religioso y supersticioso no paraba de santiguarse, mientras Juanmi, el universitario madrileño, observaba todo aquel circo con una expresión incrédula y burlona.

- Jordi, es verdad eso que dicen, que si el vaso comienza a describir círculos es porque el diablo está presente – preguntó el asustadizo Eloy.

- Sssss – vamos a empezar cortó Jordi.

Todos pusieron el dedo sobre le vaso, y Jordi empezó la invocación haciendo una serie de preguntas. Se miraban inquietos unos a otros, el miedo se palpaba en el ambiente. La única excepción era Juanmi al que se le escapaba una risilla de vez en cuando.

De repente, el vaso comenzó a describir círculos una y otra vez, y Eloy estaba cada vez más asustado. Pero lo peor estaba por llegar. Decenas de angustiosos aullidos de perro desgarraron el silencio de la noche. De pronto, como desde la profundidades del infierno llegó un rugido, y todo empezó a temblar con un estruendo tremendo. Todos se quedaron petrificados de terror, incluso Juanmi, el incrédulo, quedó con la mirada perdida y los ojos desencajados.


No eran los únicos aterrorizados, otros compañeros corrían histéricos de un lado a otro del dormitorio. Todo el dormitorio temblaba con un ruido ensordecedor. Súbitamente el rugir de la tierra cesó, y mientras volvía a la calma se escuchaban las risas de los muchachos granadinos burlándose del miedo de los otros soldados, ellos estaban de sobras acostumbrados a los frecuentes terremotos en aquella zona de Granada

miércoles, 12 de octubre de 2016

El cuaderno rojo

Otra vez salía llorando de la residencia donde estaba ingresada su abuela Inés. A Ana se le partía el corazón cada vez que iba a verla, aquella mujer que un día fue tan vital ahora se había convertido en casi un vegetal. Le dolía el alma cada vez que su abuela la miraba como a una extraña sin reconocerla. Últimamente apenas hablaba y muchas veces decía cosas inconexas. Ana había pasado un rato en aquel cuarto frío como una habitación de hospital, haciendo compañía a su abuela, que aquella tarde le había dado por recitar como una letanía <el cuaderno rojo, el cuaderno rojo...>
Ana, secándose las lágrimas se dirigió hacia el metro.

Aquella noche a Ana le costó dormirse, pero finalmente calló en un profundo sueño y su mente volvió a la infancia que es el tiempo de los sueños. Le encantaba cuando su madre la llevaba a casa de los abuelos, nada más entrar iba corriendo a dar un beso a su abuela que la más de las veces la encontraba en la cocina. Su abuela Inés tenía buena mano para la cocina y sobre todo era un artista de la repostería. Siempre la sorprendía en medio de la preparación de algún pastel o alguna tarta con su toque especial, y siempre le quedaba todo delicioso.

  • Un día todas mis recetas secretas serán para ti – le decía cariñosamente su abuela.

Y parece ser que Inés se tomaba en serio este tema de la herencia gastronómica, porque iba apuntando religiosamente todas sus recetas en un precioso cuaderno de tapa dura, forrado de tela roja. A Ana le encantaba observar a su abuela escribiendo con aquella pulcra caligrafía, apuntando ingredientes, cantidades y procedimientos.

Sonó el despertador, otro lunes gris y sombrío, toca levantarse para ir a trabajar. Su marido todavía durmió un poco más. Cuando José, su marido, acabó por levantarse, ella ya llevaba un buen rato levantada, se había duchado, secado el pelo, hecho el desayuno y estaba dispuesta para salir, perfectamente vestida y maquillada. Cuando salieron juntos por la puerta, él llevaba como siempre su habitual aspecto desaliñado. Bajaron los dos en silencio en el ascensor porque no tenían nada que decirse.
  • ¡ El cuaderno rojo! - recordó entonces Ana mientras reflexionaba sobre el sueño de aquella noche.

Al volver del trabajo  pasó por casa de su madre y le pidió las llaves del viejo piso de los abuelos.
Al entrar notó un fuerte olor, el piso llevaba mucho tiempo cerrado. Allí petrificados estaban los recuerdos de toda una vida. Estuvo rebuscando un buen rato y a final dio con él, allí tenía entre sus manos el cuaderno rojo de las recetas, aquel pequeño tesoro era suyo porque así se lo había dicho su abuela hace muchos años.

Aquella semana, Ana hizo acopio de harina, azúcar, huevos, leche, levadura, chocolate, naranjas y esencias varias, y en su poco tiempo libre estuvo practicando con aquellas recetas, estaba dispuesta a sorprender a su abuela con un buen pastel. Era su pequeña venganza contra la crueldad del olvido.

Al siguiente domingo, se presentó en la residencia con el pastel de chocolate y naranja, nada más verlo su Inés sonrió. Hacía mucho tiempo que no la veía sonreír, a Ana le dio un vuelco el corazón. Amorosamente cortó unas raciones para su abuela, su compañera de habitación y para ella misma. Las ancianas manos temblorosas cogieron el pedazo de pastel y con la glotonería de un niño empezó a comérselo. De pronto, la mirada de Ana se topo con los nítidos ojos azules de su abuela iluminados por un destello de lucidez, como si un trocito de aquella alma que un día habitó aquel decrépito cuerpo hubiera vuelto por un breve instante. Ana sintió un escalofrío de satisfacción.

  • Tanto dulce no les conviene – le regañó una de las cuidadoras.

  • Tanto dulce, no les conviene... que absurdo – pensó Ana

Aquel día, por primera vez, mientras abandonaba la residencia, Ana no lloró después de ver a su abuela.

  • Dijera, lo que dijera la cuidadora, pensaba volver el próximo domingo con otro pastel, podría probar con la receta de pastel de chocolate blanco y regaliz– decidió mientras caminaba con paso alegre hacía el metro.


12 de octubre de 2016