Las escalinatas que daban acceso al
paseo Marítimo desde la calle San Carlos, estaban atestadas de niños
jugando. Era una tarde de verano y tiempo de vacaciones, había que
ocupar en algo tanto tiempo libre. Acababan de limpiar la fuente de
Carmen Amaya, cosa extraña porque siempre estaba sucia, y algunos
niños en calzoncillos se bañaban en ella. Otro grupo de pequeñajos
sentados en tablas de muebles viejos se deslizaban sobre los peldaños
de las escaleras ruidosamente.
A lo lejos, en el paseo Marítimo, un
coche rojo de una marca de refrescos anunciaba con un megáfono que
se iba a celebrar un concurso de castillos de arena en la playa de la
Barceloneta. Por un momento, toda la chiquillería quedó en silencio
para escuchar lo que decía aquella voz que sonaba tan artificial y
que monótonamente repetía una y otra vez el mismo mensaje. Todos
los chiquillos comentaron un momento la noticia y luego
reemprendieron sus juegos.
- Mario, a ti te quedan muy bien los
castillos, ¿Vas a ir?- preguntó uno de los niños.
- ¡Claro!, bueno si me deja mi madre
– le contestó.
El día del concurso, caía un sol
despiadado y todo el barrio estaba alborotado por el acontecimiento.
La petición de Mario para participar
en el concurso, no cayó nada bien en su familia, su madre no veía
con buenos ojos que con sus escasos diez años fuera solo a la playa.
- Mamá, no me va a pasar nada malo,
sólo es para jugar con la arena y no voy a bañarme, todos mis
amigos van a ir – argumentó Mario.
Mario insistía e insistía pero su
madre no cedía, finalmente la madre aburrida de tanta súplica dijo:
- Está bien, está bien, pero que te
acompañe tu hermana..
- ¡ Mamá no!- protestó, Ani, su hermana.
- ¡ Mamá no!- protestó, Ani, su hermana.
Esta condición no le gustaba a Mario,
pero era mejor eso que nada. Su hermana Ani, tres años mayor que él,
estaba muy enfadada porque ella ya había hecho planes con sus amigas
y no tenía ganas de ir a ese concurso para criajos.
- ¡Otra vez tengo que cargar con éste
– se quejó Ani.
- O acompañas a tu hermano o te quedas
castiga en casa, tu misma – sentenció la madre.
Mario observó la mirada de rencor
profundo que le dedicó de su hermana.
- ¡Ya se le pasará! - pensó.
Todo estaba preparado para el evento,
la organización había reservado una parte de la playa para el
concurso de castillos de arena y todo esa zona estaba salpicada de
banderines rojos que era el color de la marca de refresco que
patrocinaba el certamen.
Mario y su hermana se pasaron todo el
camino discutiendo, al llegar a la playa vieron una larga cola de
niños esperando turno para inscribirse en el concurso. Ani, estuvo a
punto de sentarse en un rincón a esperarlo, pero al encontrase con
unas compañeras del colegio dispuestas a participar, decidió
finalmente apuntarse también.
A todos los participantes que se iban
inscribiendo, les asignaban un número y les regalaban una visera
roja con el logotipo de la marca de refrescos. El número de
inscripción indicaba unas parcelitas, delimitadas con unas pequeñas
estacas de madera clavadas en la arena y unidas por unas delgadas
cuerdas. Como su hermana había tardado en decidirse a participar,
les habían asignado parcelas separadas.
Toda la chiquillería estaba ya en su
lugar correspondiente, con sus cubos, palas y rastrillos multicolores
de plástico. La mayoría de los participantes eran niños pero
también se habían animado algunas niñas. Algunos criajos
fanfarroneaban diciendo que la victoria era suya. Mario callaba, pero
discretamente albergaba la esperanza de quedar en un buen lugar de la
clasificación, ansioso esperaba el momento de empezar y demostrar a
esos bocazas de lo que él era capaz.
Sonó la señal de inicio y una
estampida de concursantes con sus cubos corrió a buscar agua en la
orilla, el mar estaba en calma y las olas rompían suavemente sobre
la arena y los guijarros.
Todos los participantes hicieron varios
viajes hacía la orilla en busca de agua, hasta que cada cual mojó a
su gusto la arena de su parcela y se pusieron manos a la obra,
Mario, echó media docena de cubos de
agua en su zona de trabajo y empezó a dar forma a su proyecto de
castillo. Excavó un foso trazando un rectángulo que delimitaba el
edificio que iba a moldear, vació parte de la masa central de la
arena abriendo la plaza de armas, en las esquinas se alzaron gruesos
torreones y perfiló los muros del castillo con puertas, ventanas y
almenas.
Llegó el momento de la valoración de
los trabajos y cuando el jurado pasó por su lado, el corazón de
Mario se aceleró y se alegró al ver que se entretenían más rato
observando su obra, sus ilusiones corrían al galope. Mario se ajustó
la visera y sonrió mientras la comitiva de jueces se alejaba
puntuando a otros concursantes.
El concurso había terminado, ahora
sólo faltaba el fallo del jurado. La megafonía anunció que
mientras los jueces deliberaban, la empresa que patrocinaba el evento
invitaba a todos los participantes a un refresco. Una multitud de
alegres niños corrió hacia los camiones de reparto en busca de una
bebida, aplastando en su alocada carrera las obras de arte efímero
que habían creado.
Mario, sediento, casi se bebió de un
trago su refresco, y recordó que tenía que buscar a su hermana.
Ani estaba hablando animadamente con
sus amigas:
- A todo el mundo le gustaba mi
castillo, y el jurado se ha quedado un montón de rato mirándolo –
explicaba excitada Ani.
Mario llegó a tiempo para oír lo que
contaba su hermana.
- ¡Igual piensas que vas a ganar, ja!
- gritó despectivamente Mario.
- ¡ oh sí, el ganador vas a ser tú,
te van a dar el premio al más renacuajo! - le respondió una de las
amigas de Ani.
A Mario, aquello de renacuajo no le
sentó nada bien, era bajito y delgaducho, y aquel comentario irónico
había dado de pleno en la diana de su orgullo. Así que Mario las
volvió a dejar y se alejó, oyó a su hermana llamarlo pero él no
le quiso hacer caso.
Por fin llegó la hora ansiada y temida
de dar a conocer el resultado de las votaciones del jurado. La gente
se congregó formando un semicírculo alrededor de un espacio
limitado por unas vallas cuyo centro estaba ocupado por el podium de
los ganadores. La megafonía anunció que todos los participantes se
llevarían un premio, que los importante es participar y que nadie
debía sentirse perdedor. A continuación se inició el reparto de
premios comenzando por los peor clasificados. Los primeros niños
llamados, al oír su número, recogían desilusionados y cabizbajos
el sencillo regalo y ruborizados volvían a perderse entre la
multitud.
De pronto, Mario oyó su número, el
33, ¡No podía ser!¡Quedaba en decimoquinto lugar! ¡No podía
ser! ¡Ni tan siquiera entre los diez primeros!. Al
recoger el pequeño juguete que le regalaban, sonrió forzadamente
intentando disimular su enfado. Entre la gente buscó a su hermana,
la encontró muy excitada, todavía no habían nombrado su número.
- A
ver si lo han dicho y no te has enterado – le dijo malhumorado
Mario.
Ani ni
siquiera le prestó atención, seguía pendiente de los resultados.
El tercer ganador subió al podium y después le siguió el segundo
premiado, y finalmente el jurado anunció que el ganador era el
número 52 y Ani gritó enloquecida de alegría. ¡Su
hermana había ganado el primer premio!
Mario estaba perplejo y unas multitud de sentimientos contradictorios
agitaban su corazón.
Ani
estaba pletórica en lo alto del podium con todos sus regalos y
mientras la organización anunciaba que era la primera vez que una
niña ganaba este concurso algunos niños del barrio la abuchearon.
Un fotógrafo hizo una foto de los ganadores que fue publicada en “El
Correo Catalán”, en el centro salía Ani sonriendo y a los lados
los chiquillos que habían ganado el segundo y tercer premio
mirándola de reojo con rencor por haber sido superados por una
chica.
Mario,
se alejó con un montón de ideas confusas en su cabeza.
¡Había ganado su hermana! ¡Ella que no solía jugar con la arena!¡
Ella que en un principio no quería ni venir!¡No era justo!
En el
cielo, limpio y azul, tras la tarde lluviosa del día anterior,
brillaban grandes nubes de blanco inmaculado que se movían
lentamente sobre el mar. Mario caminaba por la orilla descalzo con
sus sandalias en una mano, lleno de rabia lanzó la visera roja al
mar y repentinamente se le ocurrió una oscura idea. Lentamente se
metió vestido en el agua, mojándose completamente, sabía que
cuando su madre viera que volvía chorreando a casa le iba a caer a
su hermana una buena bronca por no vigilarlo correctamente.
Julio de 1989 / agosto de
2016