domingo, 21 de agosto de 2016

Castillos de Arena

Las escalinatas que daban acceso al paseo Marítimo desde la calle San Carlos, estaban atestadas de niños jugando. Era una tarde de verano y tiempo de vacaciones, había que ocupar en algo tanto tiempo libre. Acababan de limpiar la fuente de Carmen Amaya, cosa extraña porque siempre estaba sucia, y algunos niños en calzoncillos se bañaban en ella. Otro grupo de pequeñajos sentados en tablas de muebles viejos se deslizaban sobre los peldaños de las escaleras ruidosamente.

A lo lejos, en el paseo Marítimo, un coche rojo de una marca de refrescos anunciaba con un megáfono que se iba a celebrar un concurso de castillos de arena en la playa de la Barceloneta. Por un momento, toda la chiquillería quedó en silencio para escuchar lo que decía aquella voz que sonaba tan artificial y que monótonamente repetía una y otra vez el mismo mensaje. Todos los chiquillos comentaron un momento la noticia y luego reemprendieron sus juegos.

- Mario, a ti te quedan muy bien los castillos, ¿Vas a ir?- preguntó uno de los niños.
- ¡Claro!, bueno si me deja mi madre – le contestó.

El día del concurso, caía un sol despiadado y todo el barrio estaba alborotado por el acontecimiento.
La petición de Mario para participar en el concurso, no cayó nada bien en su familia, su madre no veía con buenos ojos que con sus escasos diez años fuera solo a la playa.
- Mamá, no me va a pasar nada malo, sólo es para jugar con la arena y no voy a bañarme, todos mis amigos van a ir – argumentó Mario.
Mario insistía e insistía pero su madre no cedía, finalmente la madre aburrida de tanta súplica dijo:

- Está bien, está bien, pero que te acompañe tu hermana..
- ¡ Mamá no!- protestó, Ani, su hermana.
Esta condición no le gustaba a Mario, pero era mejor eso que nada. Su hermana Ani, tres años mayor que él, estaba muy enfadada porque ella ya había hecho planes con sus amigas y no tenía ganas de ir a ese concurso para criajos.

- ¡Otra vez tengo que cargar con éste – se quejó Ani.
- O acompañas a tu hermano o te quedas castiga en casa, tu misma – sentenció la madre.
Mario observó la mirada de rencor profundo que le dedicó de su hermana.
- ¡Ya se le pasará! - pensó.

Todo estaba preparado para el evento, la organización había reservado una parte de la playa para el concurso de castillos de arena y todo esa zona estaba salpicada de banderines rojos que era el color de la marca de refresco que patrocinaba el certamen.

Mario y su hermana se pasaron todo el camino discutiendo, al llegar a la playa vieron una larga cola de niños esperando turno para inscribirse en el concurso. Ani, estuvo a punto de sentarse en un rincón a esperarlo, pero al encontrase con unas compañeras del colegio dispuestas a participar, decidió finalmente apuntarse también.

A todos los participantes que se iban inscribiendo, les asignaban un número y les regalaban una visera roja con el logotipo de la marca de refrescos. El número de inscripción indicaba unas parcelitas, delimitadas con unas pequeñas estacas de madera clavadas en la arena y unidas por unas delgadas cuerdas. Como su hermana había tardado en decidirse a participar, les habían asignado parcelas separadas.

Toda la chiquillería estaba ya en su lugar correspondiente, con sus cubos, palas y rastrillos multicolores de plástico. La mayoría de los participantes eran niños pero también se habían animado algunas niñas. Algunos criajos fanfarroneaban diciendo que la victoria era suya. Mario callaba, pero discretamente albergaba la esperanza de quedar en un buen lugar de la clasificación, ansioso esperaba el momento de empezar y demostrar a esos bocazas de lo que él era capaz.

Sonó la señal de inicio y una estampida de concursantes con sus cubos corrió a buscar agua en la orilla, el mar estaba en calma y las olas rompían suavemente sobre la arena y los guijarros.

Todos los participantes hicieron varios viajes hacía la orilla en busca de agua, hasta que cada cual mojó a su gusto la arena de su parcela y se pusieron manos a la obra,

Mario, echó media docena de cubos de agua en su zona de trabajo y empezó a dar forma a su proyecto de castillo. Excavó un foso trazando un rectángulo que delimitaba el edificio que iba a moldear, vació parte de la masa central de la arena abriendo la plaza de armas, en las esquinas se alzaron gruesos torreones y perfiló los muros del castillo con puertas, ventanas y almenas.

Llegó el momento de la valoración de los trabajos y cuando el jurado pasó por su lado, el corazón de Mario se aceleró y se alegró al ver que se entretenían más rato observando su obra, sus ilusiones corrían al galope. Mario se ajustó la visera y sonrió mientras la comitiva de jueces se alejaba puntuando a otros concursantes.

El concurso había terminado, ahora sólo faltaba el fallo del jurado. La megafonía anunció que mientras los jueces deliberaban, la empresa que patrocinaba el evento invitaba a todos los participantes a un refresco. Una multitud de alegres niños corrió hacia los camiones de reparto en busca de una bebida, aplastando en su alocada carrera las obras de arte efímero que habían creado.

Mario, sediento, casi se bebió de un trago su refresco, y recordó que tenía que buscar a su hermana.
Ani estaba hablando animadamente con sus amigas:

- A todo el mundo le gustaba mi castillo, y el jurado se ha quedado un montón de rato mirándolo – explicaba excitada Ani.
Mario llegó a tiempo para oír lo que contaba su hermana.
- ¡Igual piensas que vas a ganar, ja! - gritó despectivamente Mario.
- ¡ oh sí, el ganador vas a ser tú, te van a dar el premio al más renacuajo! - le respondió una de las amigas de Ani.

A Mario, aquello de renacuajo no le sentó nada bien, era bajito y delgaducho, y aquel comentario irónico había dado de pleno en la diana de su orgullo. Así que Mario las volvió a dejar y se alejó, oyó a su hermana llamarlo pero él no le quiso hacer caso.

Por fin llegó la hora ansiada y temida de dar a conocer el resultado de las votaciones del jurado. La gente se congregó formando un semicírculo alrededor de un espacio limitado por unas vallas cuyo centro estaba ocupado por el podium de los ganadores. La megafonía anunció que todos los participantes se llevarían un premio, que los importante es participar y que nadie debía sentirse perdedor. A continuación se inició el reparto de premios comenzando por los peor clasificados. Los primeros niños llamados, al oír su número, recogían desilusionados y cabizbajos el sencillo regalo y ruborizados volvían a perderse entre la multitud.

De pronto, Mario oyó su número, el 33, ¡No podía ser!¡Quedaba en decimoquinto lugar! ¡No podía ser! ¡Ni tan siquiera entre los diez primeros!. Al recoger el pequeño juguete que le regalaban, sonrió forzadamente intentando disimular su enfado. Entre la gente buscó a su hermana, la encontró muy excitada, todavía no habían nombrado su número.
- A ver si lo han dicho y no te has enterado – le dijo malhumorado Mario.
Ani ni siquiera le prestó atención, seguía pendiente de los resultados. El tercer ganador subió al podium y después le siguió el segundo premiado, y finalmente el jurado anunció que el ganador era el número 52 y Ani gritó enloquecida de alegría. ¡Su hermana había ganado el primer premio! Mario estaba perplejo y unas multitud de sentimientos contradictorios agitaban su corazón.

Ani estaba pletórica en lo alto del podium con todos sus regalos y mientras la organización anunciaba que era la primera vez que una niña ganaba este concurso algunos niños del barrio la abuchearon. Un fotógrafo hizo una foto de los ganadores que fue publicada en “El Correo Catalán”, en el centro salía Ani sonriendo y a los lados los chiquillos que habían ganado el segundo y tercer premio mirándola de reojo con rencor por haber sido superados por una chica.

Mario, se alejó con un montón de ideas confusas en su cabeza. ¡Había ganado su hermana! ¡Ella que no solía jugar con la arena!¡ Ella que en un principio no quería ni venir!¡No era justo!

En el cielo, limpio y azul, tras la tarde lluviosa del día anterior, brillaban grandes nubes de blanco inmaculado que se movían lentamente sobre el mar. Mario caminaba por la orilla descalzo con sus sandalias en una mano, lleno de rabia lanzó la visera roja al mar y repentinamente se le ocurrió una oscura idea. Lentamente se metió vestido en el agua, mojándose completamente, sabía que cuando su madre viera que volvía chorreando a casa le iba a caer a su hermana una buena bronca por no vigilarlo correctamente.

Julio de 1989 / agosto de 2016