miércoles, 24 de agosto de 2016

Secretos y Mentiras

Andrea metió algo de ropa en una pequeña mochila, salió y cerró la puerta de piso con un violento portazo. Mientras bajaba las escaleras, no pudo más y comenzó a llorar. Había empezado a llover cuando salió a la calle, se giró , miró por última vez la fachada de aquel edificio, aceleró el paso y se dirigió hacia el metro. Andaba con un montón de sentimientos confusos en su cabeza, de repente notó que la gente, que se había refugiado en los portales, la miraba con extrañeza porque estaba diluviando y ella camina empapada por el medio de la acera. ¡Qué llueva, qué llueva!¡Qué caiga toda el agua del mundo, qué nos arrastre a todos y qué arrase esta maldita ciudad!

* * *
Laura, había tenido mucha suerte, nada más acabar la carrera de Filología Hispánica, había conseguido un trabajo, así que no le importó tener que trabajar aquel verano de entusiasmo olímpico con una ciudad entregada al evento. Gracias a las Olimpiadas de Barcelona y a la Exposición Universal de Sevilla, el país vivió durante unos meses un espejismo, sintiéndose el ombligo del mundo, para acabar sentado sobre una gran calabaza cuando a finales de 1992 se hizo patente la crisis económica.

Para Laura, obviamente, aquel trabajo, en una revistucha de mala muerte dirigida a un público adolescentes, no era la gran oportunidad soñada, pero le había permitido independizarse de su familia. Ella se encargaba de revisar la gramática y la ortografía de los artículos que se publicaban , además tenía que colaborar en alguna sección y, como el resto de la redacción lo odiaba, le asignaron la labor de contestar las cartas de las lectoras dirigidas a una especie de consultorio sentimental con un nombre rocambolesco: Madame Butterfly.

De pequeña Laura solía escuchar, junto a su madre, el consultorio radiofónico de Elena Francis, aquel escaparate de la miseria humana lleno de engaños y traiciones. Así que con este bagaje, un poco de imaginación y mucho sentido del humor, se metió en la piel de Mademe Butterfly, y comenzó a contestar las cartas de aquellas jóvenes lectoras ingenuas.

Aquel viernes, al volver a casa por la tarde, encontró el piso vació, su compañera de piso todavía no había llegado, así que podría aprovechar para trabajar un ratito. A veces se llevaba las cartas de las lectoras a casa para seleccionar qué cartas serian publicadas y contestadas. La mayoría de aquellas misivas, de gramática parda y pésima ortografía, recogían los grandes clásicos de la dramaturgia adolescente: mi mejor amiga me ha robado el novio, estoy locamente enamorada de mi profesor y me he enamorado del novio de mi mejor amiga. En otros casos, se atrevían con alguna duda sobre sexualidad: ¿Puedo quedarme embarazada si le hago una felación a mi novio?.

A la hora de la cena, su compañera de piso tampoco apareció, habrá salido a cenar fuera – pensó Laura, pero algo extrañada que no la hubiera llamado y le hubiese dicho algo. Tampoco apareció durante el fin de semana. Estaba algo molesta pero pensó que seguramente su compañera de piso se había ido a pasar el fin de semana en el apartamento que sus padres tenían en la costa. Seguro que en algún momento me dijo algo y como soy tan despistada no presté atención- pensó.

El lunes, en la redacción de la revista, Laura todavía daba vueltas a qué cartas se iban a publicar en la sección de Madame Butterfly, todas eran tan aburridas y reiterativas, que tuvo que reescribirlas echándole mucha literatura al asunto.

Acabada la jornada laboral, Laura se dirigió contenta hacia casa, tenía ganas de ver a su compañera de piso, la había echado de menos durante el fin de semana. Pero al llegar al piso, Andrea no estaba allí, Laura empezó a preocuparse y comenzó a llamar a casa de los padres de Andrea y al apartamento en la costa. Nadie contestaba y la inquietud de Laura iba en aumento. Estará Andrea enfadada - se preguntó Laura. El jueves habían tenido una pequeña discusión por una tontería, pero eso pasa en todas las parejas, ella debería saber que la quiere con locura.

Y fueron pasando los días, sin poder contactar con Andrea, por amigas comunes sabía que estaba bien y estaba claro que lo que pasaba es que no quería hablar con ella. ¿Qué ha pasado? ¿Por qué no he sabido ver los signos de que algo no iba bien en nuestra relación? ¿Por qué no quiere hablar conmigo?¡Merezco al menos una explicación! - pensaba Laura angustiada.

Y una semana siguió a otra semana, Laura a penas podía dormir por las noches e iba a la redacción de la revista como un zombi. ¡Qué raro se le hacía ahora su trabajo! Ella, una niñata de 23 años que no sabe resolver los problemas de su vida, dando consejos a los demás.

Un día, al salir del trabajo se encontró con una amiga.

- Laura, Laura – la llamó la amiga.
- ¡Inés! ¡Qué tal, cuánto tiempo!- respondió Laura.

La dos amigas iniciaron una breve conversación. Laura estaba deseando preguntarle si sabía algo de Andrea, todavía albergaba la esperanza de resolver todo aquel entuerto de alguna manera.

- Chica tienes mala cara – comentó Inés observando el rosto demacrado de su amiga.
- Estoy pasando por un mal momento y me cuesta dormir – respondió Laura.
- El otro día me encontré con Andrea – dijo Inés.

El corazón le dio un vuelco a Laura al escuchar el nombre de Andrea, siempre habían mantenido en secreto su relación porque tenían miedo de cómo iban a reaccionar sus amigos y familiares. ¿Qué sabía Inés? - pensó

- ¿Y qué se cuenta ?- preguntó Laura intentando disimular su voz temblorosa.
- Pobre, está destrozada por lo de su madre, se está muriendo de cáncer, se ve que solo le quedan días – empezó a explicar Inés.

Laura lo vio claro, aquello era el fin, pensaba que aquel amor era para siempre y ahora a los pocos meses todo se derrumbaba. La historia de la agonía de la madre de Andrea, lejos de parecerle una excusa razonable para la extraña actitud de su amante, le hizo comprender que todo se había acabado definitivamente, si Andrea, en un momento así, no había querido compartir su dolor y buscar su apoyo, estaba claro que no iba a compartir su vida con ella. Intentó aguantar el tipo, se despidió de su amiga y cuando caminaba hacia la parada de bus comenzó a llorar.

* * *


Andrea había quedado con unos amigos para cenar, y de pronto se dio cuenta que estaba pasando por delante del edificio donde había vivido muchos años atrás. Observó el balcón y la terraza del piso donde había disfrutado de momentos tan especiales. ¿Quién vivirá allí ahora? ¿Qué habrá sido de Laura? No la había vuelto a ver desde aquel verano. Cuantos silencios y cuantos engaños, intentando ocultar sus sentimientos, los secretos y las mentiras son una ponzoña que envenena el alma lentamente y te convierte en una muerta viviente. Mientras dirigía sus pasos hacia el restaurante, deseó que estuviera donde estuviera Laura hubiera conseguido ser feliz.


Agosto de 2016