Andrea metió algo de ropa en una
pequeña mochila, salió y cerró la puerta de piso con un violento
portazo. Mientras bajaba las escaleras, no pudo más y comenzó a
llorar. Había empezado a llover cuando salió a la calle, se giró ,
miró por última vez la fachada de aquel edificio, aceleró el paso
y se dirigió hacia el metro. Andaba con un montón de sentimientos
confusos en su cabeza, de repente notó que la gente, que se había
refugiado en los portales, la miraba con extrañeza porque estaba
diluviando y ella camina empapada por el medio de la acera. ¡Qué
llueva, qué llueva!¡Qué caiga toda el agua del mundo, qué nos
arrastre a todos y qué arrase esta maldita ciudad!
* * *
Laura, había tenido mucha suerte, nada
más acabar la carrera de Filología Hispánica, había conseguido un
trabajo, así que no le importó tener que trabajar aquel verano de
entusiasmo olímpico con una ciudad entregada al evento. Gracias a
las Olimpiadas de Barcelona y a la Exposición Universal de Sevilla,
el país vivió durante unos meses un espejismo, sintiéndose el
ombligo del mundo, para acabar sentado sobre una gran calabaza cuando
a finales de 1992 se hizo patente la crisis económica.
Para Laura, obviamente, aquel trabajo,
en una revistucha de mala muerte dirigida a un público adolescentes,
no era la gran oportunidad soñada, pero le había permitido
independizarse de su familia. Ella se encargaba de revisar la
gramática y la ortografía de los artículos que se publicaban ,
además tenía que colaborar en alguna sección y, como el resto de
la redacción lo odiaba, le asignaron la labor de contestar las
cartas de las lectoras dirigidas a una especie de consultorio
sentimental con un nombre rocambolesco: Madame Butterfly.
De pequeña Laura solía escuchar,
junto a su madre, el consultorio radiofónico de Elena Francis, aquel
escaparate de la miseria humana lleno de engaños y traiciones. Así
que con este bagaje, un poco de imaginación y mucho sentido del
humor, se metió en la piel de Mademe Butterfly, y comenzó a
contestar las cartas de aquellas jóvenes lectoras ingenuas.
Aquel viernes, al volver a casa por la
tarde, encontró el piso vació, su compañera de piso todavía no
había llegado, así que podría aprovechar para trabajar un ratito.
A veces se llevaba las cartas de las lectoras a casa para seleccionar
qué cartas serian publicadas y contestadas. La mayoría de aquellas
misivas, de gramática parda y pésima ortografía, recogían los
grandes clásicos de la dramaturgia adolescente: mi mejor amiga me ha
robado el novio, estoy locamente enamorada de mi profesor y me he
enamorado del novio de mi mejor amiga. En otros casos, se atrevían
con alguna duda sobre sexualidad: ¿Puedo quedarme embarazada si le
hago una felación a mi novio?.
A la hora de la cena, su compañera de
piso tampoco apareció, habrá salido a cenar fuera – pensó
Laura, pero algo extrañada que no la hubiera llamado y le hubiese
dicho algo. Tampoco apareció durante el fin de semana. Estaba algo
molesta pero pensó que seguramente su compañera de piso se había
ido a pasar el fin de semana en el apartamento que sus padres tenían
en la costa. Seguro que en algún momento me dijo algo y como soy
tan despistada no presté atención- pensó.
El lunes, en la redacción de la
revista, Laura todavía daba vueltas a qué cartas se iban a publicar
en la sección de Madame Butterfly, todas eran tan aburridas y
reiterativas, que tuvo que reescribirlas echándole mucha literatura
al asunto.
Acabada la jornada laboral, Laura se
dirigió contenta hacia casa, tenía ganas de ver a su compañera de
piso, la había echado de menos durante el fin de semana. Pero al
llegar al piso, Andrea no estaba allí, Laura empezó a preocuparse y
comenzó a llamar a casa de los padres de Andrea y al apartamento en
la costa. Nadie contestaba y la inquietud de Laura iba en aumento.
Estará Andrea enfadada - se preguntó Laura. El jueves
habían tenido una pequeña discusión por una tontería, pero eso
pasa en todas las parejas, ella debería saber que la quiere con
locura.
Y fueron pasando los días, sin poder
contactar con Andrea, por amigas comunes sabía que estaba bien y
estaba claro que lo que pasaba es que no quería hablar con ella.
¿Qué ha pasado? ¿Por qué no he sabido ver los signos de que
algo no iba bien en nuestra relación? ¿Por qué no quiere hablar
conmigo?¡Merezco al menos una explicación! - pensaba Laura
angustiada.
Y una semana siguió a otra semana,
Laura a penas podía dormir por las noches e iba a la redacción de
la revista como un zombi. ¡Qué raro se le hacía ahora su trabajo!
Ella, una niñata de 23 años que no sabe resolver los problemas de
su vida, dando consejos a los demás.
Un día, al salir del trabajo se
encontró con una amiga.
- Laura, Laura – la llamó la amiga.
- ¡Inés! ¡Qué tal, cuánto tiempo!-
respondió Laura.
La dos amigas iniciaron una breve
conversación. Laura estaba deseando preguntarle si sabía algo de
Andrea, todavía albergaba la esperanza de resolver todo aquel
entuerto de alguna manera.
- Chica tienes mala cara – comentó
Inés observando el rosto demacrado de su amiga.
- Estoy pasando por un mal momento y me
cuesta dormir – respondió Laura.
- El otro día me encontré con Andrea
– dijo Inés.
El corazón le dio un vuelco a Laura al
escuchar el nombre de Andrea, siempre habían mantenido en secreto su
relación porque tenían miedo de cómo iban a reaccionar sus amigos
y familiares. ¿Qué sabía Inés? - pensó
- ¿Y qué se cuenta ?- preguntó Laura
intentando disimular su voz temblorosa.
- Pobre, está destrozada por lo de su
madre, se está muriendo de cáncer, se ve que solo le quedan días –
empezó a explicar Inés.
Laura lo vio claro, aquello era el fin,
pensaba que aquel amor era para siempre y ahora a los pocos meses
todo se derrumbaba. La historia de la agonía de la madre de Andrea,
lejos de parecerle una excusa razonable para la extraña actitud de
su amante, le hizo comprender que todo se había acabado
definitivamente, si Andrea, en un momento así, no había querido
compartir su dolor y buscar su apoyo, estaba claro que no iba a
compartir su vida con ella. Intentó aguantar el tipo, se despidió
de su amiga y cuando caminaba hacia la parada de bus comenzó a
llorar.
* * *
Andrea había quedado con unos amigos
para cenar, y de pronto se dio cuenta que estaba pasando por delante
del edificio donde había vivido muchos años atrás. Observó el
balcón y la terraza del piso donde había disfrutado de momentos tan
especiales. ¿Quién vivirá allí ahora? ¿Qué habrá sido de
Laura? No la había vuelto a ver desde aquel verano. Cuantos
silencios y cuantos engaños, intentando ocultar sus sentimientos,
los secretos y las mentiras son una ponzoña que envenena el alma
lentamente y te convierte en una muerta viviente. Mientras
dirigía sus pasos hacia el restaurante, deseó que estuviera donde
estuviera Laura hubiera conseguido ser feliz.
Agosto de 2016