viernes, 19 de agosto de 2016

El Miedo

Unos muchachos huían asustados por la playa, corrían con dificultad sobre la arena, de pronto, unos disparos rompieron la calma de la plácida noche de verano y unos de los chicos, alcanzado por las balas en el cuello, cayó muerto.

A Dani, los veranos le parecían interminables, incluso a veces, llegaba a aburrirse durante aquellas largas vacaciones estivales. En el viejo barrio marinero, situado entre la playa y el puerto, nunca pasaba nada y los días se sucedían con una rutina aplastante.

Por las mañanas, Dani y sus hermanos iban al Gato Negro, eran una de la pocas playas públicas que existían en la Barceloneta, la mayor parte del arenal, estaba en manos privadas, y los Baños de Los Orientales, San Miguel y San Sebastián ocupaban buena parte de él¹. Los bañistas se hacinaban en estos pequeños espacios libres y un enjambre de sombrillas multicolores cubría la arena. Entre baños en el mar y juegos pasaban las primeras horas del día. De tanto en tanto, el vuelo de una avioneta publicitaria rompía la monotonía y una muchedumbre se lanzaba al agua para conseguir una de las pelotas hinchables que habían lanzado.

La tranquilidad de aquellas calles estrechas y adoquinadas a veces era exasperante. Otro de los entretenimiento, en las primeras horas de la tarde y por la noche de aquellos largos días, era la televisión, durante aquellos calurosos meses, por suerte, solían emitir muchas películas. A Dani y sus amigos les encantaba el cine, sobre todo el de terror. Por las tardes, cuando se encontraban en la calle, su principal tema de conversación giraba entorno a la última película que habían visto por la tele o en uno de los dos cines de sesión doble que existían en el barrio: el Barcino y el Marina. Se sentaban en el bordillo de la acera, delante de una pequeña Bodega, que a parte de vender vino y licores, ejercía de colmado y se podía comprar de todo. Allí se tiraban horas hablando de una u otra escena del film. A veces, Caridad, la dueña del negocio de venta de vino a granel les echaba bronca:

- ¡ Qué pesados, toda la tarde aquí, a ver si os echáis novia de una vez!

Para aquella noche estaba programada en televisión La Invasión de los Ladrones de Cuerpos². La familia de Dani, como era costumbre, se acomodó en sillas situadas en el balcón, así podían ver la película y disfrutar del aire fresco que corría por la calle. Dani siguió angustiado el argumento de la película, hacía mucho tiempo que no lo pasaba tan mal, lo peor fue el final, dejó al niño perplejo y con un gran desasosiego. Con aquel estado de ánimo le costó muchísimo conciliar el sueño.

La luz de la mañana diluyó todos los temores, Dani desde su casa, apoyado en el alféizar de la ventana, observó la espléndida mañana soleada y el mar en calma, y, después de desayunar, reinició su rutina veraniega: mañana en la playa, comer, ver un ratito la tele y después bajar a la calle a encontrase con los amigos. Allí estaban todos, sentados como siempre, delante de la Bodega de Caridad.

- ¿Visteis la peli de anoche? - preguntó Dani mientras se sentaba junto a ellos en el bordillo.
- ¡Sí, qué pasada! – comentó unos de sus amigos iniciando una de sus largas conversaciones, pero mientras hablaban sobre lo mucho que les había impresionado la película, se comenzó a oír un griterío.

Una multitud de gente avanzaba por la calle San Carlos, en dirección al paseo Marítimo, gritando consignas. No eran gente del barrio y los vecinos miraban con estupor aquel desfile. Aquello debió coger desprevenidas a las autoridades porque no se veía policía por ningún sitio. En el centro de Barcelona se producían muchas protestas y manifestaciones, pero nunca aquellos altercados habían llegado al barrio.

La muerte de un joven estudiante, que sólo estaba haciendo una pintada, por disparos de las fuerzas del orden en circunstancias poco claras, un lamentable accidente según la versión oficial, había provocado una serie de manifestaciones espontáneas en diferentes puntos del país.

La multitud se fue concentrando en la zona de la fuente de Carmen Amaya, Dani y sus amigos, desde lejos, observaban la escena con curiosidad sin entender muy bien lo que pasaba. Los manifestantes continuaban coreando frases inteligibles, hasta que un estruendo, de algo que sonó parecido a un tiro, retumbo por las calles, y fuera o no un disparo provocó el pánico, súbitamente la multitud aterrorizada corría en estampida hacia donde ellos estaban. Dani y sus amigos se quedaron petrificados y no sabían cómo reaccionar.

- Chicos, rápido entrar dentro – gritó Caridad agarrando a un par de niños por los brazos.

Todos corrieron hacía el interior de la bodega, y rápidamente Caridad bajó la persiana cerrando la entrada.

Aterrados, oyeron cómo en el exterior la gente corría y gritaba desesperada, no sabían que estaba pasando allá fuera, si alguien o algo perseguía aquellas personas o sólo huían de una amenaza imaginaria porque les había parecido oír un balazo. Al cabo de un buen rato, se hizo un tenso silencio y la dueña de la bodega volvió a levantar la persiana. Ahora se oía a las madres angustiadas que desde las ventanas llamaban a sus hijos. Dani distinguió la voz de su madre y se dirigió hacia su casa, sobre el pavimento de la calle habían quedado abandonados objetos personales de lo más diverso como triste testimonio de aquella atropellada huída de los jóvenes atemorizados. Mientras caminaba, Dani notó que todavía su corazón palpitaba violentamente, que tontería- pensó - todas aquellas películas de terror sobre las que tanto hablaba, aquella tarde de verano de 1976 supo de verdad lo que es el miedo.



Agosto de 2016


1. Esta situación se mantuvo hasta la Ley de Costas de 1988.
2. Invasion of the Body Snatchers , 1956., de Don Siegel.