martes, 2 de agosto de 2016

Ritos


La pareja de guardias civiles que vigilaba la playa, a la caza de los pescadores furtivos, vio algo extraño flotando en el agua, al acercarse descubrieron el cuerpo inerte de una chica joven y se les hizo un nudo en la garganta al comprobar que la ahogada no tendría más de quince años y parecía estar embarazada.

La mañana del domingo se presentaba poco prometedora en cuanto a el tiempo se refería, corría un aire fresco de levante y el cielo estaba cubierto de nubes de un gris metálico.

- Tonet, espabila vamos a llegar tarde a misa – le dijo su hermana.

Sus padres nunca iban a la iglesia a no ser que fuera una fecha señalada, así que los dos niños se dirigieron solos hacia el templo.

La iglesia de Sant Miquel del Port, era un edificio barroco del siglo XVIII cuya elegante fachada presidía la plaza del Marqués de la Mina.

Tonet y su hermana entraron en el templo, se persignaron con agua bendita y rápidamente intentaron situarse en el primer banco, a la derecha del altar, si tenían suerte el padre Pau los escogería para ayudar en el momento de la comunión.

El padre Pau era un cura progresista, oficiaba misas en catalán y simpatizaba con los problemas de los obreros del barrio. Por todo ello, la gente explicaba que algunos años atrás había sido represaliado por las autoridades franquistas.

Tonet seguía la misa, a veces les parecía aburrida, pero se emocionaba cuando llegaba la parte en la que había que cantar. Ese día no hubo suerte y el padre Pau no lo escogió como ayudante.

Cuando acabó la misa y salieron de la iglesia, la plaza estaba muy animada y una multitud de gente tomaba el aperitivo en la terraza del Can Ganasa.

Tonet se puso de mal humor cuando su hermana se encontró con aquellas aburridas amigas suyas que se pasaban las horas riendo tontamente y comiendo pipas, a sí que decidió ir por su cuenta.

- Lidia, me voy – le dijo Tonet a su hermana.
- De eso nada, ya sabes que la mama quiera que vayamos juntos.- replicó su hermana.
- Hasta luego – gritó Tonet mientras echaba a correr.
- Tonet, Tonet – le llamaba su hermana, corriendo detrás de él intentando alcanzarlo.

Tonet corrió por las adoquinadas calles del barrio hasta que logró despistar a su hermana. Suspiró y descansó un momento sentándose en el bordillo de una acera, luego echó andar vagabundeando por el barrio y acabó en la playa.

El mar estaba revuelto y tenía un color amarronado en la orilla, la arena estaba sucia con todo tipo de inmundicias. Las grandes olas provocada por el último temporal habían devorado buena parte de la arena de la playa. Tonet, respiro profundamente y sintió ese olor salado que tanto le gustaba. Se quitó los zapatos y los calcetines y corrió por la arena. Si su madre llegaba a enterarse de que había ido a la playa con la ropa nueva de los domingos le caería una buena bronca. Pero Tonet, dejó de lado aquellos oscuros pensamientos y siguió jugando. Primero fue un avión, luego un pájaro y su imaginación siguió volando hasta que una vocecita le interrumpió.
- Oye tu, no puedes volar sin alas – le dijo otro pequeñajo sentado en la arena.
Quién es ese listillo, pensó Tonet mientras observaba al intruso: llevaba ropa vieja, desgastada y le venía grande como si la hubiera heredado de un hermano mayor. Su cabello casi rubio estaba totalmente enmarañado. El niño se entretenía llenando un pote de arena y volviéndolo a vaciar.
- ¡Tu qué sabes! - replicó finalmente Tonet.
- Todo el mundo lo sabe, los aviones, los pájaros y los ángeles vuelan porque tienen alas.- respondió el niño.
- Bueno, solo estaba jugando. No te había visto nunca.
- Es que hace poco que hemos llegado al barrio.¿ Cómo te llamas?
- Me llamo Antonio pero todo el mundo me dice Tonet.
- Mi nombre es Manuel pero todos me dicen Lillo.
- ¿Y vives por aquí cerca?
- Sí -afirmó Lillo señalando una de las calles cercanas a la playa.
- ¿ Y están contento de vivir aquí ahora?
- No, está ciudad huele mal, vivíamos mejor en el pueblo.
- ¿Y no vas a la iglesia?
- No, yo tengo mi propia iglesia donde voy a rezar– le confesó Lillo mientras miraba avergonzado sus ropas raídas.
-¿Tu propia iglesia?
- Sí, algún día te la enseñaré.
Un estruendo retumbó en toda la playa y comenzó a llover suavemente.
- ¡Llueve, nos vemos otro día!- gritó Tonet corriendo de vuelta a casa.

Su hermana lo estaba esperando preocupada en la esquina de la calle donde vivían. No dirá nada, por la cuenta que le trae, si la mama se entera de que me ha dejado ir solo, estará castigada hasta el fin del mundo – pensó Tonet. Y juntos subieron a casa.

Aquello se convirtió en un hábito, y cada domingo, Tonet y su hermana decidieron que cada cual iría por su lado y luego quedarían a una hora convenida para volver juntos a casa. Al principio, a su hermana no le hacía mucha gracia pero luego descubrió las ventajas de no tener que cargar con el pesado de su hermano pequeño.

El domingo siguiente, Tonet volvió a la playa y se reencontró con el extraño niño de aspecto desaliñado.

- ¡Hola! ¿Me enseñarás hoy tu iglesia? - dijo Tonet.
- Sí, vamos – le contestó Lillo.

Y juntos los dos niños, bordeando la orilla, se dirigieron al final del paseo Marítimo a la playa del Somorostro. Por el camino se fueron contando cosas de sus familias. Lillo, explicó que tenia un montón de hermanos, que hasta hace poco vivían en un pueblo donde tenían una casa enorme con un patio precioso llenos de plantas y flores, pero allí no había trabajo y habían venido a Barcelona para ver si tenían más suerte. Ahora vivían todos hacinados en un pisucho pequeño.

Finalmente, llegaron a su destino, la iglesia de Lillo era una especie de chabola construida toscamente con maderas y cartones. Entraron dentro, la construcción estaba pavimentada también con cartón, sobre una caja de frutas vacía, había improvisado un altar: una cruz de madera hecha burdamente con dos palos, una vela y unos potes de cristal con unas flores robadas del jardín del paseo. Lillo, se arrodilló, encendió la vela con una cerilla y se puso a rezar una oración incomprensible. Tonet, se arrodilló junto a él y lo imitó.

A partir de entonces, aquella ceremonia se fue convirtiendo en una costumbre de cada domingo y su amistad se fue estrechando. Un domingo de primavera Lillo vino especialmente contento.
- Mis rezos han funcionado, mis hermanos mayores ya tienen todos trabajo, pronto nos mudaremos a un piso más grande – anunció entusiasmado.

Las inclemencias del tiempo eran inmisericordes su construcción y más de una vez tuvieron que reconstruir la endeble iglesia de la playa que cada dos por tres se venía abajo.

Un día Lillo, vino muy triste.
- ¿Qué te pasa?- le preguntó Tonet
- El otro día hubo un follón en casa, mi hermana y mi madre discutieron, y mi hermana se fue de casa y llevamos tres días que no sabemos nada de ella, vengo cada día a rezar y no sirve para nada – le explica Lillo apenado.

Tonet se quedo en silencio, no sabía que decir, no sabía cómo consolar a su amigo apesadumbrado. Juntos se quedaron sentados un buen rato sobre la arena mirando el mar y sin decir una sola palabra.

Aquella semana se conoció la terrible noticia, la pequeña de los Jiménez había aparecido ahogada en la playa, parece ser que estaba embarazada y se rumoreaba que había sido un suicidio. La familia estaba destrozada.

Aquel domingo, Tonet corrió, como de costumbre, a su lugar de encuentro secreto, al llegar vio que la construcción que con tanto esmero habían cuidado estaba en llamas. Lillo estaba junto a la hoguera con la mirada perdida.
- ¿Qué ha pasado? - preguntó Tonet
- He sido yo, le he prendido fuego – dijo Lillo.
- ¿Por qué?
- Dios es malo.
- No digas eso – respondió Tonet mientras lo abrazaba intentando consolarlo.


Los dos amigos se alejaron, y la columna de humo negro siguió alzándose hacia el cielo azul de aquella ciudad gris, fría e indiferente.

Donde habita el recuerdo
Febrero de 1989 / agosto de 2016