La pareja de guardias civiles que
vigilaba la playa, a la caza de los pescadores furtivos, vio algo
extraño flotando en el agua, al acercarse descubrieron el cuerpo
inerte de una chica joven y se les hizo un nudo en la garganta al
comprobar que la ahogada no tendría más de quince años y parecía
estar embarazada.
La mañana del domingo se presentaba
poco prometedora en cuanto a el tiempo se refería, corría un aire
fresco de levante y el cielo estaba cubierto de nubes de un gris
metálico.
- Tonet, espabila vamos a llegar tarde
a misa – le dijo su hermana.
Sus padres nunca iban a la iglesia a no
ser que fuera una fecha señalada, así que los dos niños se
dirigieron solos hacia el templo.
La iglesia de Sant Miquel del Port, era
un edificio barroco del siglo XVIII cuya elegante fachada presidía
la plaza del Marqués de la Mina.
Tonet y su hermana entraron en el
templo, se persignaron con agua bendita y rápidamente intentaron
situarse en el primer banco, a la derecha del altar, si tenían
suerte el padre Pau los escogería para ayudar en el momento de la
comunión.
El padre Pau era un cura progresista,
oficiaba misas en catalán y simpatizaba con los problemas de los
obreros del barrio. Por todo ello, la gente explicaba que algunos
años atrás había sido represaliado por las autoridades
franquistas.
Tonet seguía la misa, a veces les
parecía aburrida, pero se emocionaba cuando llegaba la parte en la
que había que cantar. Ese día no hubo suerte y el padre Pau no lo
escogió como ayudante.
Cuando acabó la misa y salieron de la
iglesia, la plaza estaba muy animada y una multitud de gente tomaba
el aperitivo en la terraza del Can Ganasa.
Tonet se puso de mal humor cuando su
hermana se encontró con aquellas aburridas amigas suyas que se
pasaban las horas riendo tontamente y comiendo pipas, a sí que
decidió ir por su cuenta.
- Lidia, me voy – le dijo Tonet a su
hermana.
- De eso nada, ya sabes que la mama
quiera que vayamos juntos.- replicó su hermana.
- Hasta luego – gritó Tonet mientras
echaba a correr.
- Tonet, Tonet – le llamaba su
hermana, corriendo detrás de él intentando alcanzarlo.
Tonet corrió por las adoquinadas
calles del barrio hasta que logró despistar a su hermana. Suspiró y
descansó un momento sentándose en el bordillo de una acera, luego
echó andar vagabundeando por el barrio y acabó en la playa.
El mar estaba revuelto y tenía un
color amarronado en la orilla, la arena estaba sucia con todo tipo de
inmundicias. Las grandes olas provocada por el último temporal
habían devorado buena parte de la arena de la playa. Tonet, respiro
profundamente y sintió ese olor salado que tanto le gustaba. Se
quitó los zapatos y los calcetines y corrió por la arena. Si su
madre llegaba a enterarse de que había ido a la playa con la ropa
nueva de los domingos le caería una buena bronca. Pero Tonet,
dejó de lado aquellos oscuros pensamientos y siguió jugando.
Primero fue un avión, luego un pájaro y su imaginación siguió
volando hasta que una vocecita le interrumpió.
- Oye tu, no puedes volar sin alas –
le dijo otro pequeñajo sentado en la arena.
Quién es ese listillo, pensó
Tonet mientras observaba al intruso: llevaba ropa vieja, desgastada y
le venía grande como si la hubiera heredado de un hermano mayor. Su
cabello casi rubio estaba totalmente enmarañado. El niño se
entretenía llenando un pote de arena y volviéndolo a vaciar.
- ¡Tu qué sabes! - replicó
finalmente Tonet.
- Todo el mundo lo sabe, los aviones,
los pájaros y los ángeles vuelan porque tienen alas.- respondió
el niño.
- Bueno, solo estaba jugando. No te
había visto nunca.
- Es que hace poco que hemos llegado al
barrio.¿ Cómo te llamas?
- Me llamo Antonio pero todo el mundo
me dice Tonet.
- Mi nombre es Manuel pero todos me
dicen Lillo.
- ¿Y vives por aquí cerca?
- Sí -afirmó Lillo señalando una de
las calles cercanas a la playa.
- ¿ Y están contento de vivir aquí
ahora?
- No, está ciudad huele mal, vivíamos
mejor en el pueblo.
- ¿Y no vas a la iglesia?
- No, yo tengo mi propia iglesia donde
voy a rezar– le confesó Lillo mientras miraba avergonzado sus
ropas raídas.
-¿Tu propia iglesia?
- Sí, algún día te la enseñaré.
Un estruendo retumbó en toda la playa
y comenzó a llover suavemente.
- ¡Llueve, nos vemos otro día!-
gritó Tonet corriendo de vuelta a casa.
Su hermana lo estaba esperando
preocupada en la esquina de la calle donde vivían. No dirá nada,
por la cuenta que le trae, si la mama se entera de que me ha dejado
ir solo, estará castigada hasta el fin del mundo – pensó
Tonet. Y juntos subieron a casa.
Aquello se convirtió en un hábito, y
cada domingo, Tonet y su hermana decidieron que cada cual iría por
su lado y luego quedarían a una hora convenida para volver juntos a
casa. Al principio, a su hermana no le hacía mucha gracia pero luego
descubrió las ventajas de no tener que cargar con el pesado de su
hermano pequeño.
El domingo siguiente, Tonet volvió a
la playa y se reencontró con el extraño niño de aspecto
desaliñado.
- ¡Hola! ¿Me enseñarás hoy tu
iglesia? - dijo Tonet.
- Sí, vamos – le contestó Lillo.
Y juntos los dos niños, bordeando la
orilla, se dirigieron al final del paseo Marítimo a la playa del
Somorostro. Por el camino se fueron contando cosas de sus familias.
Lillo, explicó que tenia un montón de hermanos, que hasta hace poco
vivían en un pueblo donde tenían una casa enorme con un patio
precioso llenos de plantas y flores, pero allí no había trabajo y
habían venido a Barcelona para ver si tenían más suerte. Ahora
vivían todos hacinados en un pisucho pequeño.
Finalmente, llegaron a su destino, la
iglesia de Lillo era una especie de chabola construida toscamente con
maderas y cartones. Entraron dentro, la construcción estaba
pavimentada también con cartón, sobre una caja de frutas vacía,
había improvisado un altar: una cruz de madera hecha burdamente con
dos palos, una vela y unos potes de cristal con unas flores robadas
del jardín del paseo. Lillo, se arrodilló, encendió la vela con
una cerilla y se puso a rezar una oración incomprensible. Tonet, se
arrodilló junto a él y lo imitó.
A partir de entonces, aquella ceremonia
se fue convirtiendo en una costumbre de cada domingo y su amistad se
fue estrechando. Un domingo de primavera Lillo vino especialmente
contento.
- Mis rezos han funcionado, mis
hermanos mayores ya tienen todos trabajo, pronto nos mudaremos a un
piso más grande – anunció entusiasmado.
Las inclemencias del tiempo eran
inmisericordes su construcción y más de una vez tuvieron que
reconstruir la endeble iglesia de la playa que cada dos por tres se
venía abajo.
Un día Lillo, vino muy triste.
- ¿Qué te pasa?- le preguntó Tonet
- El otro día hubo un follón en casa,
mi hermana y mi madre discutieron, y mi hermana se fue de casa y
llevamos tres días que no sabemos nada de ella, vengo cada día a
rezar y no sirve para nada – le explica Lillo apenado.
Tonet se quedo en silencio, no sabía
que decir, no sabía cómo consolar a su amigo apesadumbrado. Juntos
se quedaron sentados un buen rato sobre la arena mirando el mar y sin
decir una sola palabra.
Aquella semana se conoció la terrible
noticia, la pequeña de los Jiménez había aparecido ahogada en la
playa, parece ser que estaba embarazada y se rumoreaba que había
sido un suicidio. La familia estaba destrozada.
Aquel domingo, Tonet corrió, como de
costumbre, a su lugar de encuentro secreto, al llegar vio que la
construcción que con tanto esmero habían cuidado estaba en llamas.
Lillo estaba junto a la hoguera con la mirada perdida.
- ¿Qué ha pasado? - preguntó Tonet
- He sido yo, le he prendido fuego –
dijo Lillo.
- ¿Por qué?
- Dios es malo.
- No digas eso – respondió Tonet
mientras lo abrazaba intentando consolarlo.
Los dos amigos se alejaron, y la
columna de humo negro siguió alzándose hacia el cielo azul de
aquella ciudad gris, fría e indiferente.
Donde habita el recuerdo
Febrero de 1989 / agosto de 2016