viernes, 29 de julio de 2016

Mayo

Ismael y su madre salieron más pronto de lo acostumbrado para ir al colegio, ese día le tocaba, según el turno establecido entre los alumnos, traer las flores para la virgen, pues era, como les había explicado el maestro, el mes de María.

La floristería de la calle Baluarte, cuando llegaba mayo, rebosaba de mil colores y dulces aromas.


Ismael observó los claveles: blancos, rosas, rojos y amarillos. No acababa de decidir que color escoger, finalmente su madre le sugirió los claveles blancos. Su madre pagó y la florista envolvió toscamente las flores en papel de periódico.

Su madre le acompañó al colegio, un imponente edificio que presidía la plaza del poeta Boscán. Otras madres también despedían a sus hijos al pie de las monumentales escalinatas que daban acceso a las entradas. En aquel Colegio Nacional Mixto, los niños entraban por una puerta y las niñas por otra, las clases de unos y otros estaban en pabellones separados. Las colegialas vestía bastas blancas y los chicos llevaban los típicos batines escolares a rayas azules y blancas.

Su clase estaba en el primer piso y era una de las aulas cuyas ventanas daban a la gran plaza. Sus compañeros fueron entrando y todos se situaron de pie delante de su pupitre.

- Buenos días don Pablo – corearon todos cuando entró el maestro.
- Buenos días – respondió don Pablo.

Don Pablo era un hombre de mediana edad, regordete, rostro sereno, con gafas y cabellos blancos que le otorgaban un aire de dignidad.

Todos se giraron hacía el fondo de la clase porque sabían que empezaba el ceremonial. Allí bajo el cuadro con un reproducción de una virgen de Murillo se había improvisado un altar y había varios jarrones con diferentes flores.

Ismael estaba contento con el protagonismo que le correspondía ese día. Retiró unas rosas mustias de uno de los jarrones, fue a buscar agua fresca, puso orgulloso sus claveles blancos y volvió a situarse junto a sus compañeros. A la señal de don Pablo el cántico comenzó:

Venid y vamos todos con flores a porfía, 
con flores a María, que Madre nuestra es 
con flores a María, que Madre nuestra es. 

De nuevo aquí nos tienes, purísima doncella, 
más que la luna, bella, postrados a tus pies. 

Venimos a ofrecerte las flores de este suelo, 
con cuánto amor y anhelo, Señora, tú lo ves. 

Por ellas te rogamos, si cándidas te placen, 
las que en la gloria nacen, en cambio, tú nos des.

Cuando acabaron de cantar, el maestro les dio permiso para sentarse, pasó lista y comenzó la clase.

Los pupitres, eran auténticas piezas de museo, de madera oscura y carcomida, un mismo mueble unía dos asientos y una estrecha mesa alargada. Ismael saludó a Nuñez, su compañero de pupitre que siempre lo metía en líos porque un charlatán.

-Sabes, me he comprado una goma nueva, huele a nata, mira – le explicó Núñez acercándole la goma de borrar a la nariz.
- ¡ Ostras, es verdad! Dan ganas de darle un bocado - comentó Ismael.
- Ssssss – silbó amenazante el maestro.

Conforme avanzaban las horas la triste aula se fue llenando de la cálida luz primaveral, los grandes ventanales estaban abiertos y llegaba el frescor verde de los plátanos de la plaza.

De pronto, algo pasaba en la calle que conducía al mercado, había alboroto. Todos hubieran querido levantarse y asomarse por las ventanas para ver que estaba pasando, pero una severa mirada de don Pablo bastó para disuadirles de sus intenciones.

- Bueno muchachos, esta última hora la dedicaremos a Religión – anunció el maestro.

Don Pablo se sentó ante su amplia mesa, se ajustó sus gafas y abrió un libro.

- Hoy hablaremos del Sacramento de la Penitencia. ¿Qué es el Sacramento de la Penitencia? - preguntó don Pablo

Todos los alumnos con cara angustiada intentaban esquivar la mirada del maestro y sintieron un gran alivio cuando García, el alumno más aventajado de la clase, levanto la manó pidiendo permiso para responder.

- Adelante García – indicó don Pablo.
- El sacramento de la Penitencia, o Reconciliación, o Confesión, es el sacramento instituido por Nuestro Señor Jesucristo para borrar los pecados cometidos después del Bautismo. Es, por consiguiente, el sacramento de nuestra curación espiritual, llamado también sacramento de la conversión, porque realiza sacramentalmente nuestro retorno a los brazos del padre después de que nos hemos alejado con el pecado. - recitó García de carrerilla.
- Muy bien, García, excelente.

Ismael y sus compañeros no entendían la mitad de aquella palabrería de la clase de Religión, sin embargo callaban y asentían teatralmente con la cabeza.

- El sacramento de la Penitencia, efectivamente, es sacramento del perdón... - comenzó el maestro a declamar su clase magistral.

De la calle llegaba un extraño olor a goma quemada y se oían sirenas de policía.

Los alumnos, con caras aburridas, perdían su mirada vagando de un rincón a otro del aula. Ismael, observó que una mariposa entró por uno de los grandes ventanales y fue a posarse sobre el crucifijo que presidía la clase. Parecía que Cristo llevaba un exótico bañador y se le escapó una risilla. Al cabo de un rato, la mariposa volvió a emprender el vuelo y esta vez se posó sobre un ojo del retrato de José Antonio Primo de Rivera que estaba colgado sobre la pizarra. Ahora, aquel señor tan serio, parecía un estrafalario pirata y se les escapó otra risilla. Su compañero, Núñez lo miraba de reojo como diciendo: te las vas a cargar. Lo peor fue cuando la mariposa traviesa se fue a posar sobre el retrato del caudillo Francisco Franco y se sitúo a unos de los lados de la cabeza, parecía que llevaba puesto uno de esos lacitos que llevan las chicas y de nuevo le entró ganas de reír. Una sola mirada de don Pedro bastó para que se le helara la risa en la garganta.

Por fin llegó la hora, sonó el timbre que anunciaba el fin de las clases de la mañana y los alumnos fueron salieron en orden. Mientras descendía la escalinata , le extrañó ver a más gente de lo habitual esperando en la plaza, y todavía se sorprendió más cuando vio que su madre también le estaba esperando.

De camino de vuelta a casa, detrás del colegio, junto al mercado, había un gran revuelo. Una columna de un espeso humo negro se alzaba desde una hoguera de neumáticos en mitad de la plaza de la Fuente y las calles estaban alfombradas de octavillas.

- Los estudiantes han montado una protesta en el mercado y han volcado varias paradas – susurraba un hombre a otro.
- Estos infelices siempre se están metiendo en jaleos, luego el que paga los platos rotos es algún pobre desgraciado, los hijos de papá siempre se libran – comentaba otra señora.

Ismael notó que su madre estaba, nerviosa y aceleraba el paso, no entendía que estaba pasando, soló alcanzó a leer en uno de aquellos papelajos del suelo la palabra LIBERTAD.



Donde habita el recuerdo
Febrero de 1989 / julio de 2016