Era uno de los edificios casi
centenarios del barrio. El pesado portón de madera siempre estaba
abierto y su única utilidad era el picaporte, en forma de puño,
que estaba adosado a él.
A veces, se quedaba parado bajo el
dintel de la entrada, temeroso de sumergirme en aquel espacio
estrecho y oscuro. La única iluminación de la escalera entraba por
un tragaluz, pero la claridad no llegaba al abismo de los primeros
pisos.
Subir los peldaños era un momento
angustioso para él. Aquella presencia que sentía entre las
tinieblas le daba mucho miedo. Algunos días, incluso, arriesgaba su
vida subiendo por la parte exterior de la barandilla. Por suerte,
poco a poco, la luz se abría paso entre las sombras y el último
rellano era un pequeño paraíso que las vecinas de la última planta
habían decorado con plantas.
A menudo, cuando llegaba el buen
tiempo, los vecinos dejaban las puertas de sus viviendas abiertas y
era un alivio escuchar aquel bullicio de vecinas cantando o
escuchando la radio.
Le gustaba pasar, sobre todo, por
delante la puerta del segundo primera, aquel piso siempre desprendía
un fresco olor a limpieza y orden. Desde que su único hijo se casó
y voló del nido, ella no hacía otra cosa que limpiar y ordenar, y
apenas salía a la calle. Una vez lo invitó a dormir y era
increíble, todavía guardaba todos los juguetes de su hijo y la
colección completa de literatura juvenil de la editorial Bruguera.
Mucho más tarde supo el porqué de aquella insólita invitación:
aquel día su madre, que llevaba mucho tiempo hospitalizada, había
muerto.
En el pequeño piso, el tercero
primera, vivia, además de con su padre y sus hermanos, con su abuelo
y sus tíos. Entonces, no entendió lo que pasaba, sólo oía las
discusiones interminables cada vez más encendidas. Una noche,
asustado, en medio de una de las peleas, abrió la puerta y escapó
de aquella locura escaleras abajo sin importarle la oscuridad. Y se
quedó un buen rato sentado en un escalón. De pronto, vio el extraño
brillo de los ojos de aquel gato callejero que siempre andaba por
allí y por primera vez, la compañía de aquel pequeño felino le
resultó reconfortante
Donde habita el recuerdo
Barcelona, julio de 2016