Su madre había muerto hace muchos años, pero durante mucho tiempo, al despertarse, tenía la sensación que estaba allí, junto a su cama, como si viniera a comprobar cada día que estaba bien. No sentía miedo, sentía una extraña alegría.
Los mediodías, antes de comer, solía
salir a dar una vuelta con su hermano pequeño. Aquel día fueron al
paseo Marítimo. En invierno era un lugar solitario y prácticamente
no te cruzabas con nadie. Le gustaba aquella tranquilidad y
contemplar la inmensidad azul del cielo y del mar.
Su hermano de 4 años, paseaba junto a
él, como siempre haciéndole mil preguntas. Él respondía
inventándose las respuestas más fantasiosas y disparatadas que se
le ocurrían.
Los dos chiquillos morenos se sentaron
en un banco de piedra. Las baldosas rojas y blancas del pavimento del
paseo se extendían bajo sus pies formando cuadrados y líneas que
se entrecruzaban. La barandilla gris, que separaba el paseo de la
playa, parecía prolongarse hasta el infinito. A lo lejos se podían
contar las decenas de chimeneas de las fábricas del Poblenou.
De pronto, apareció un hombre, de unos
cuarenta años, se sentó en el banco junto a ellos y se puso a leer
un periódico. Era extraño porque habían otros muchos bancos
libres. Al cabo de un rato, levantó la vista de su lectura e intentó
iniciar una conversación.
- ¿Sois de por aquí?- preguntó el
hombre con acento extranjero.- Sí – respondió él.
- Tenéis suerte, vivís en un sitio muy bonito.
- Sí, es una suerte tener la playa al lado.
- ¿Conocéis el Colegio Grupo Escolar Lepanto?
- Sí, está aquí mismo – informó él y señaló un edificio situado al otro lado del paseo con un gran letrero que indicaba su nombre.
- ¡Ah, sí! Me habían dicho que estaba en el paseo Marítimo del general Acedo, pero como no soy de aquí, no conozco el barrio.
- Soy maestro y pronto voy a empezar a trabajar dando clases de francés en este colegio. ¿ Tú estudias ahí?
- No, yo voy al Virgen de Mar.
Mientras, su hermano pequeño se
dedicaba a observar dos hormigas que correteaban por el respaldo del
banco.
- No, no todas las hormigas son de color negro, en otros países son de otros colores – respondió él.
- ¡ Ah! ¿ De qué otros colores hay?
- Rojas, pero son muy peligrosas, son carnívoras, una sola de esas hormigas puede devorar uno de tus dedos en un minuto – fantaseó él como solía hacer.
El hombre que estaba escuchando se
echó a reír por la ocurrencia e intento reanudar la charla.
- Usted no es español – se atrevió el niño a preguntar.
- No, soy chileno. Otra cosa que me han contado de los niños españoles es que leéis muy bien.
- Bueno...
- Perdona, ¿Podría hacerte una prueba?
- Sí – contestó el niño algo inquieto por si no quedaba en un buen lugar.
- - Mira – le indicó un artículo del diario – cuando yo te dé la señal empiezas a leer. Mientras yo controlaré el tiempo y las pulsaciones.
Aquello de las pulsaciones le sonó
algo raro al niño, pero a la señal acordada comenzó a leer el
párrafo indicado. El hombre mientras miraba su reloj, fingiendo que
le tomaba el pulso le cogió una pierna con la mano. Fue en ese
momento cuando el niño descubrió que todo aquello tenía otras
oscuras intenciones y sintió pánico. No podía echar a correr
porque iba con su hermano pequeño. No sabía como podía reaccionar
aquel monstruo. Con una madurez impropia de su edad, intentó
disimular su angustia y mantener la calma.
Por suerte, un muchacho que paseaba a
su perro se estaba acercando a donde ellos estaba y el hombre se
sintió amenazado y rápidamente retiró su mano.
- Gracias – dijo el niño.
- Se me está haciendo tarde, ya nos veremos otro día.
- Vale, hasta otro día – respondió siguiéndole la corriente.
El hombre se alejó con el paso rápido
de los culpables del lugar y el niño respiró aliviado. ¡Qué miedo
había pasado! Miró el reloj, era la hora de volver a casa. Por el
camino iba pensando si debía contar en casa lo que había pasado.
Pero si se enteran que se había ido al solitario paseo Marítimo,
que lo tenía prohibido, le iba a caer una buena bronca. Por otra
parte, continuaba asustado, le había dicho a a aquel depravado en
qué colegio estudiaba. ¿ Y si lo esperaba un día a la salida?.
Al llegar a casa, como era habitual,
había bronca, con tantos problemas nadie prestó atención al estado
de ansiedad con el llegó el niño. Su hermano pequeño no se había
enterado de nada y el al final decidió no explicar nada.
Esa noche le costó dormir. Cuando por
fin lo consiguió, soñó con su madre, que lo acariciaba y dándole
un beso le dijo: No te preocupes, nadie va hacer daño a mi
pequeño.
Al día siguiente,
al volver del colegio, observó un gran revuelto en las calles. La
noticia había corrido como la pólvora por el barrio: han encontrado
un hombre ahogado en la playa. Sin saber más detalles, rápidamente
intuyó que aquel hombre muerto era el falso maestro de francés.
Levantó su vista hacia el cielo y sonrió
Donde habita el recuerdo
Barcelona, junio de 1989 / julio de 2016