viernes, 15 de julio de 2016

No hables con extraños


Su madre había muerto hace muchos años, pero durante mucho tiempo, al despertarse, tenía la sensación que estaba allí, junto a su cama, como si viniera a comprobar cada día que estaba bien. No sentía miedo, sentía una extraña alegría.

Los mediodías, antes de comer, solía salir a dar una vuelta con su hermano pequeño. Aquel día fueron al paseo Marítimo. En invierno era un lugar solitario y prácticamente no te cruzabas con nadie. Le gustaba aquella tranquilidad y contemplar la inmensidad azul del cielo y del mar.

Su hermano de 4 años, paseaba junto a él, como siempre haciéndole mil preguntas. Él respondía inventándose las respuestas más fantasiosas y disparatadas que se le ocurrían.

Los dos chiquillos morenos se sentaron en un banco de piedra. Las baldosas rojas y blancas del pavimento del paseo se extendían bajo sus pies formando cuadrados y líneas que se entrecruzaban. La barandilla gris, que separaba el paseo de la playa, parecía prolongarse hasta el infinito. A lo lejos se podían contar las decenas de chimeneas de las fábricas del Poblenou.

De pronto, apareció un hombre, de unos cuarenta años, se sentó en el banco junto a ellos y se puso a leer un periódico. Era extraño porque habían otros muchos bancos libres. Al cabo de un rato, levantó la vista de su lectura e intentó iniciar una conversación.

- ¿Sois de por aquí?- preguntó el hombre con acento extranjero.
- Sí – respondió él.
- Tenéis suerte, vivís en un sitio muy bonito.
-  Sí, es una suerte tener la playa al lado.
- ¿Conocéis el Colegio Grupo Escolar Lepanto?
- Sí, está aquí mismo – informó él y señaló un edificio situado al otro lado del paseo con un gran letrero que indicaba su nombre.
- ¡Ah, sí! Me habían dicho que estaba en el paseo Marítimo del general Acedo, pero como no soy de aquí, no conozco el barrio.
- Soy maestro y pronto voy a empezar a trabajar dando clases de francés en este colegio. ¿ Tú estudias ahí?
- No, yo voy al Virgen de Mar.

Mientras, su hermano pequeño se dedicaba a observar dos hormigas que correteaban por el respaldo del banco.

- ¿ Por qué todas las hormigas son de color negro?- preguntó su hermano interrumpiendo la conversación.
- No, no todas las hormigas son de color negro, en otros países son de otros colores – respondió él.
- ¡ Ah! ¿ De qué otros colores hay?
- Rojas, pero son muy peligrosas, son carnívoras, una sola de esas hormigas puede devorar uno de tus dedos en un minuto – fantaseó él como solía hacer.

El hombre que estaba escuchando se echó a reír por la ocurrencia e intento reanudar la charla.

- Ya me habían dicho que los niños españoles tienen mucha imaginación – comentó el hombre desplegando su estrategia de adulación.
- Usted no es español – se atrevió el niño a preguntar.
- No, soy chileno. Otra cosa que me han contado de los niños españoles es que leéis muy bien.
- Bueno...
- Perdona, ¿Podría hacerte una prueba?
- Sí – contestó el niño algo inquieto por si no quedaba en un buen lugar.
  • - Mira – le indicó un artículo del diario – cuando yo te dé la señal empiezas a leer. Mientras yo controlaré el tiempo y las pulsaciones.
Aquello de las pulsaciones le sonó algo raro al niño, pero a la señal acordada comenzó a leer el párrafo indicado. El hombre mientras miraba su reloj, fingiendo que le tomaba el pulso le cogió una pierna con la mano. Fue en ese momento cuando el niño descubrió que todo aquello tenía otras oscuras intenciones y sintió pánico. No podía echar a correr porque iba con su hermano pequeño. No sabía como podía reaccionar aquel monstruo. Con una madurez impropia de su edad, intentó disimular su angustia y mantener la calma.

Por suerte, un muchacho que paseaba a su perro se estaba acercando a donde ellos estaba y el hombre se sintió amenazado y rápidamente retiró su mano.

- ¡Es fantástico! Lees el doble de rápido que los niños de mi país y sin ningún error. - comentó el hombre.
- Gracias – dijo el niño.
- Se me está haciendo tarde, ya nos veremos otro día.
- Vale, hasta otro día – respondió siguiéndole la corriente.

El hombre se alejó con el paso rápido de los culpables del lugar y el niño respiró aliviado. ¡Qué miedo había pasado! Miró el reloj, era la hora de volver a casa. Por el camino iba pensando si debía contar en casa lo que había pasado. Pero si se enteran que se había ido al solitario paseo Marítimo, que lo tenía prohibido, le iba a caer una buena bronca. Por otra parte, continuaba asustado, le había dicho a a aquel depravado en qué colegio estudiaba. ¿ Y si lo esperaba un día a la salida?.

Al llegar a casa, como era habitual, había bronca, con tantos problemas nadie prestó atención al estado de ansiedad con el llegó el niño. Su hermano pequeño no se había enterado de nada y el al final decidió no explicar nada.

Esa noche le costó dormir. Cuando por fin lo consiguió, soñó con su madre, que lo acariciaba y dándole un beso le dijo: No te preocupes, nadie va hacer daño a mi pequeño.



Al día siguiente, al volver del colegio, observó un gran revuelto en las calles. La noticia había corrido como la pólvora por el barrio: han encontrado un hombre ahogado en la playa. Sin saber más detalles, rápidamente intuyó que aquel hombre muerto era el falso maestro de francés. Levantó su vista hacia el cielo y sonrió

Donde habita el recuerdo
Barcelona, junio de 1989 / julio de 2016