Un sepulcral silencio reinaba aquella
noche en el cuartel, súbitamente el estruendo de un disparo rompió
siniestramente la calma.
- Ha sonado en el cuarto del cabo
primera – gritó uno de los muchachos medio desnudos que corrían
alarmados por el pasillo.
Los soldados que estaban de imaginaria
fueron los primeros en entrar en la habitación, se encontraron con
un espectáculo dantesco que no olvidarían nunca. El cabo primero se
había suicidado de un tiro en la boca, había sangre y sesos por
todas partes.
* * *
La tardes de verano en Granada era
sumamente calurosas y nadie se atrevía a salir a la calle si no era
a partir de cierta hora, cuando empezaba a refrescar. Los soldados
que no tenían permiso se habían quedado en el cuartel y mataban las
horas en la terraza de la cantina.
Dani, aquel día estaba contento, ya
sólo le quedaban 3 meses para acabar su servicio militar y volver a
casa. Se dirigió a la terraza de la cantina donde entre el alboroto
de un montón de muchachos, uniformados de verde, que bebían cerveza
sin parar, pudo distinguir a sus amigos.
Dani, se acercó a la ventana de la
cantina desde la cual se atendía como si fuera una barra de bar,
pidió una cerveza y se sentó junto a sus amigos. Se repetían las
mismas conversaciones de siempre y cada uno hablaba con entusiasmo de
su tierra. Después de que Ramón hablara por enésima vez de su
amada Isla Cristina, Jordi, el catalán, cambió de tema y empezó a
contar anécdotas de sus experiencias con el espiritismo. Pareja, el
sevillano, lo escuchaba atentamente.
- Sabéis lo que me contaron el otro
día, pues que hace muchos años un cabo primero se suicidó en la
compañía de Intendencia. Se pegó un tiro en la boca con su
pistola. Dicen algunos, que su fantasma todavía anda por aquí –
relató Pareja.
- ¡ Ostias, no jodas! - dijo Jordi.
-¡ Qué mal rollo! - comentó Eloy
con cara de asustado.
- Sabéis lo que molaría, hacer una
sesión de espiritismo en nuestra compañía para ver si podemos
contactar con él.
- No jodas tío - soltó Eloy, el
asturiano, con la cara descompuesta.
- Podríamos probar estar noche –
propuso Pareja.
Llegó la noche, la luna llena brillaba
con todo su esplendor sobre el cielo de la ciudad, los viejos
edificios del cuartel centenario bajo aquella luz tenían un aspecto
siniestro.
A la hora acostumbrada se apagaron las
luces. Dani, estaba intentando coger el sueño cuando notó que
alguien le tocaba.
- Dani, Dani, vente vamos a iniciar
la sesión de espiritismo– le anunció Jordi.
A Dani no le entusiasmaba la idea del
espiritismo y menos con el fantasma de un cabo primero suicidado de
por medio. Pero tampoco quería quedar como un cobarde, así que
accedió a reunirse con el grupo.
Ya estaban todos allí, reunidos en un
rincón del amplio dormitorio, con una vela y un cartón con el que
habían preparado una tabla guija. Tonio, el onubense, extremadamente
religioso y supersticioso no paraba de santiguarse, mientras Juanmi,
el universitario madrileño, observaba todo aquel circo con una
expresión incrédula y burlona.
- Jordi, es verdad eso que dicen,
que si el vaso comienza a describir círculos es porque el diablo
está presente – preguntó el asustadizo Eloy.
- Sssss – vamos a empezar cortó
Jordi.
Todos pusieron el dedo sobre le vaso, y
Jordi empezó la invocación haciendo una serie de preguntas. Se
miraban inquietos unos a otros, el miedo se palpaba en el ambiente.
La única excepción era Juanmi al que se le escapaba una risilla de
vez en cuando.
De repente, el vaso comenzó a
describir círculos una y otra vez, y Eloy estaba cada vez más
asustado. Pero lo peor estaba por llegar. Decenas de angustiosos
aullidos de perro desgarraron el silencio de la noche. De pronto,
como desde la profundidades del infierno llegó un rugido, y todo
empezó a temblar con un estruendo tremendo. Todos se quedaron
petrificados de terror, incluso Juanmi, el incrédulo, quedó con la
mirada perdida y los ojos desencajados.
No eran los únicos aterrorizados,
otros compañeros corrían histéricos de un lado a otro del
dormitorio. Todo el dormitorio temblaba con un ruido ensordecedor.
Súbitamente el rugir de la tierra cesó, y mientras volvía a la
calma se escuchaban las risas de los muchachos granadinos burlándose
del miedo de los otros soldados, ellos estaban de sobras
acostumbrados a los frecuentes terremotos en aquella zona de Granada